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Amnistía Internacional le dice "adiós" a los católicos 

LONDRES, 20 Ago. 07 (ACI).- La organización Amnistía Internacional (AI) “le ha dicho definitivamente adiós a los católicos”, señaló esta semana el Obispo católico británico Michael Evans, al comentar la decisión de la organización de convertirse en promotora del aborto a nivel mundial, al concluir la semana pasada su reunión en Ciudad de México.AI concluyó su reunión de coordinación en la capital mexicana con un comunicado en el que reafirma la decisión de dejar la posición neutral respecto del aborto y convertirse, en adelante, en promotora del “derecho” al aborto de las mujeres en los países donde aún el asesinato de niños no nacidos es ilegal.

Mons. Evans, Obispo de East Anglia en Inglaterra, y hasta ahora uno de los más importantes líderes católicos miembros de Amnistía Internacional, señaló en una nota de prensa que la decisión pro-abortista marca la ruptura definitiva con el espíritu de su fundador, el converso católico británico de 46 años Peter Benenson, que creó la organización con el apoyo del Vaticano y con una postura inicial pro-vida.“Esta lamentable decisión casi con seguridad dividirá a la membresía de Amnesty y en consecuencia socavará su vital trabajo en favor de los torturados y los presos de conciencia,” agrega el Prelado. “Entre todos los derechos humanos, el derecho a la vida es fundamental. El compromiso para trabajar en ‘proteger al ser humano’ solo se verá puesto profundamente en riesgo por cualquier tipo de apoyo al aborto”.Mons. Evans señala además que la Iglesia Católica comparte con Amnesty un firme compromiso contra la violencia contra la mujer, pero “no puede compartir la violencia cometida por el aborto contra la más vulnerable e indefensa forma de vida humana en el vientre de una mujer”.

En el comunicado, el Prelado anuncia su renuncia a su membresía de 31 años a Amnesty y alienta a los católicos de su país a expresarle a la organización el mismo mensaje de rechazo a su nueva política.  “No existe derecho humano al aborto y Amnesty debió haberse mantenido al margen incluso en los casos que considera extremos”, dice Mons. Evans, quien concluye señalando que su renuncia a la organización convertida en abortista no implica que dejará de luchar personalmente contra la tortura y a favor de la libertad de los presos de conciencia en el mundo.         

Análisis doctrinario

DOCTRINA POLÍTICA DE JUAN XXIII  

Mario Meneghini 

Para desarrollar el tema asignado en este panel[1], nos atendremos, especialmente, a la Encíclica Pacem in Terris, procurando resumir y comentar la bibliografía consultada.

1. Se ha señalado que, a partir del Concilio Vaticano II se produjo un cambio en la doctrina política de la Iglesia. Si ello se interpreta como una modificación esencial de lo sostenido anteriormente, consideramos que no ha ocurrido nada de eso. Lo que ha existido, sí, es un perfeccionamiento y desarrollo de los principios, puesto que  la Doctrina Social de la Iglesia se nutre de dos fuentes: la Revelación y la naturaleza humana, y se sirve de los aportes cognoscitivos de las ciencias humanas. La doctrina social se caracteriza por la continuidad y por la renovación.[2] Los principios se aplican a circunstancias concretas, aunque no se fundan en la situación, sino que se proyectan sobre ella. Sin cambiar su esencia, el principio puede ser formulado con mayor precisión o enunciado de otra manera. La doctrina política pontificia, si bien tiene un basamento universal, es formulada para ser útil en la realidad temporal. Por eso, podemos visualizar un enfoque determinado en cada pontífice, en razón de su personalidad y también de los problemas típicos del momento respectivo. La doctrina, entonces, se mantiene idéntica en su inspiración de fondo, y, al mismo tiempo, evaluando las circunstancias históricas, manifiesta una capacidad de renovación continua[3].

La Iglesia permanece en sus fundamentos, pero vive en el tiempo; por eso, se sitúa entre la estratificación doctrinal y el libre examen. El cardenal Newman distingue entre los principios y las doctrinas. Los principios son inmutables, pero generales; las doctrinas contienen la especificación de los principios y la adaptación de éstos a las circunstancias. De esa manera, la doctrina no es pura verdad especulativa, sino que logra influenciar las conductas, pues contribuye a interpretar la realidad y orientarla positivamente. De ninguna manera puede confundirse esta actualización doctrinal con cambios de criterio o subordinación a la opinión prevaleciente en un momento. 

2. Desmintiendo la aludida ruptura con la tradición eclesial; de un total de 73 citas que contiene el texto de la Pacem in Terris, se refieren 7 de ellas a Pío XI, 9 a León XIII, y 32 a Pío XII. Esta encíclica sistematiza aspectos de la filosofía política católica que estaban dispersos en otros documentos, desarrollando algunos de ellos. En realidad, desde León XIII la Iglesia no había actualizado su enseñanza en este campo. A partir de esta encíclica, los documentos sociales incluyen entre sus destinatarios a todos los hombres de buena voluntad; Juan XXIII explicó en una alocución el motivo: siendo la paz un bien que interesa a todos, hemos querido abrir nuestro espíritu. La encíclica está estructurada en cinco áreas, a modo de círculos concéntricos: la persona y sus derechos, las relaciones de aquella con el poder público, las relaciones entre Estados, y finaliza con recomendaciones sobre los católicos en la vida pública. 

3. Afirma como fundamento de la convivencia, un principio cristiano tradicional, la dignidad de la persona humana, como naturaleza dotada de inteligencia y voluntad libre. Sostiene el Papa en esta encíclica que enuncia principios doctrinales que pueden ser conocidos por todos los hombres en cuanto se basan en la naturaleza misma de las cosas y están al alcance incluso de aquellos que no están iluminados por la fe, pero poseen la luz de la razón y la rectitud moral.

 4. Juan XXIII manifiesta una concepción del derecho natural que tiene su fundamento en lo que es adecuado a la propia naturaleza humana. Aunque el Papa no menciona la expresión derecho natural, lo utiliza con el sentido definido por Pío XII en Il programa: como la afirmación de que el juicio sereno de la razón puede reconocer en la naturaleza el fundamento del orden, pero con la limitación o el condicionamiento de que ese juicio sólo descubre las grandes líneas directrices que contienen los elementos esenciales del orden sujetos a una adaptación en el decurso histórico. 

5. La encíclica contiene una amplia declaración de derechos que dimanan inmediatamente de la propia naturaleza del hombre; estos derechos y deberes son universales e inviolables, y no pueden renunciarse por ningún concepto. 

6. Luego encontramos la doctrina del poder, basado en la natural necesidad de un principio directivo del orden social; la autoridad, como la misma sociedad, surge y deriva de la naturaleza y, por consiguiente, del mismo Dios, que es su autor. Queda a salvo la dignidad personal de los ciudadanos, ya que su obediencia no es sujeción de hombre a hombre, sino una relación armoniosa entre autoridad y libertad, ya que esa doctrina no se opone a la plena responsabilidad con que los hombres pueden elegir a las personas investidas de la función directiva, así como decidir sobre las formas de gobierno o los métodos según los cuales la autoridad se ha de ejercer. 

7. El concepto de bien común en Juan XXIII supone una reelaboración de una fórmula de Pío XII; en ambos se destaca el desarrollo integral de la persona, facilitado por las condiciones sociales que lo favorecen. Pero esta encíclica agrega tres precisiones:

a) que el bien común debe cifrarse en el bien del hombre;

b) que es un bien del que deben participar todos los miembros de una comunidad política; de esa manera descarta las interpretaciones que lo limitan al bien de la mayoría o del mayor número posible;

c) finalmente, que es bien del hombre en su plenitud, atendiendo tanto a las necesidades del cuerpo como a las del espíritu. 

8. Se reitera la índole moral de la autoridad, que es la facultad de mandar según la recta razón, y no una fuerza exenta de control. En cuanto a la constitución jurídico-política de la sociedad, confirma la doctrina tradicional de que no puede determinarse a priori la mejor forma de gobierno, sino que la misma debe surgir de las circunstancias históricas. Sin embargo, agrega algo novedoso al desarrollar un concepto introducido en la Rerum Novarum, sosteniendo  como positiva una organización de la convivencia que responda a la triple función de la autoridad pública, lo que implica que el poder debe estar limitado por un régimen jurídico que represente una mayor garantía al ciudadano en el ejercicio de sus derechos y en el cumplimiento de sus deberes. Debe existir entre política y derecho una relación armoniosa que impida, por una parte, la degeneración de la política en fuerza bruta, y por otra parte, el anquilosamiento del derecho, desconectado de la realidad. 

9. La participación de los ciudadanos en la vida pública está enunciada como una exigencia de la dignidad personal de los seres humanos. En cuanto a que habría un cambio en la doctrina social en lo referente a la democracia, podemos afirmar que esto no es correcto. Se conserva el criterio que implica reconocer la democracia como régimen político, o forma de estado, opuesta al totalitarismo, pero como se afirma en el párrafo 52, la doctrina pontificia de la autoridad puede conciliarse con cualquier clase de régimen auténticamente democrático. En el párrafo 78, declara el Papa que no puede aceptarse la doctrina de quienes afirman que la voluntad popular es la fuente de donde surge el poder de los gobernantes, tesis ya rechazada por León XIII, en la Inmortale Dei y en la Diuturnum illud, así como por San Pío X, en Notre Charge apostolique. 

No podemos ignorar, la duda que puede suscitar el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, que en el artículo 395 sostiene: “El sujeto de la autoridad política es el pueblo, considerado en su totalidad, como titular de la soberanía”. Consideramos que esta frase contradice explícitamente la doctrina auténtica y no está avalada por ningún texto pontificio, por lo que constituye un error grave, introducido en lo que es, simplemente, una compilación de textos y no un documento del magisterio.

Quedaría esclarecer que se entiende por régimen auténticamente democrático; Juan XXIII cita a Pío XII, que en el radiomensaje Benignitas et humanitas, sostiene que la sana democracia exige el cumplimiento de condiciones de participación ciudadana. Estos requisitos fueron actualizados por Juan Pablo II, en la Centesimus annus: garantizar a los gobernados la posibilidad de elegir y controlar a sus propios gobernantes, y sustituirlos oportunamente de manera pacífica; agrega que una auténtica democracia exige una recta concepción de la persona humana, puesto que, si carece de  valores, se convierte en un totalitarismo (p. 46). 

10. Las partes tercera y cuarta de la Pacem in Terris, esbozan las líneas del orden internacional, basados en valores del orden moral universal: verdad, justicia, solidaridad, libertad, que constituyen el bien común de la familia humana y se supraordinan a los intereses particulares de cada pueblo. Ya Pío XII había proclamado la existencia de una solidaridad entre los hombres fundada en su unidad de origen, considerando positivos los esfuerzos para constituir una estructura jurídica mundial. Este documento sostiene la necesidad de que exista una autoridad pública con poder en el mundo entero, al servicio del bien común universal, que debe atender especialmente los derechos y deberes que derivan de la dignidad humana. Destaca el Papa que dicha autoridad ha de surgir con el consentimiento de todos los Estados y no imponerse por la fuerza. Para desempeñar con eficacia su función, deberá ser imparcial y cuidar el bien común de todos los pueblos; asimismo, regirá para ella el principio de subsidiariedad, no debiendo invadir la esfera de acción de la autoridad pública de cada Estado. 

11. Sobre la Organización de las Naciones Unidas, Juan XXIII manifiesta el deseo de que pueda perfeccionar su estructura y procedimientos para cumplir sus objetivos. Con referencia a la declaración universal de los derechos del hombre, que proclamó ese organismo en 1948, considera el Papa que es un paso positivo al reconocerse en forma solemne a todos los hombres la dignidad de persona humana, aunque haya aspectos cuestionables, en especial, haber prescindido de Dios en la fundamentación  de estos derechos. Por eso mismo, en la encíclica aporta su propia declaración de derechos, que permite señalar el contraste entre aquella expresión imperfecta y el ideal cristiano. 

12. En la convivencia internacional, las relaciones interestatales presuponen que las comunidades políticas son iguales entre sí por dignidad de naturaleza. Son iguales los Estados porque su causa eficiente y su causa final es la misma. La igualdad en la esencia es fuente de donde fluyen iguales derechos naturales, inherentes a la personalidad de las comunidades políticas. No obstante, con sano realismo, Juan XXIII plantea la desigualdad existencial de los países y la diferencia entre los mismos, de donde extrae las consecuencias morales adecuadas al régimen de su convivencia. La igualdad esencial, tiene, entonces, el contrapeso de la desigualdad existencial, que es asimismo fuente de derechos y deberes. Asimismo, anteponer la igualdad en dignidad respecto de la libertad, de la justicia y la solidaridad, tiene un profundo significado en el enfoque pontificio. Articular la libertad como punto de partida, a la manera de Locke, dejando la igualdad en segundo término, implica consagrar una jerarquización práctica de las comunidades políticas en función de sus respectivas posibilidades materiales, dentro de la comunidad universal. La encíclica, en cambio, hace de la igualdad de las naciones en su excelencia y dignidad el punto de partida para la estructuración de su convivencia.

No desconoce el documento la desigualdad real de los Estados en cuanto a territorio, población riqueza, cultura, etc. Pero sostiene que los Estados son iguales en dignidad de naturaleza, con independencia de las desigualdades materiales o existenciales. La igualdad de dignidad  de los Estados -consecuencia de la igualdad de fines- se concreta en el reconocimiento a los mismos de iguales derechos, algunos de índole material -derecho a la existencia, a la integridad, al desarrollo de estructuras socioeconómicas, a la seguridad, etc.-, y otros de índole espiritual -derecho al respeto, a la propia fama, a la cultura, a la afirmación de la personalidad, etc.

Con rigor lógico, el Papa enuncia los derechos; como la verdad descubre la esencia de las cosas, cuando la justicia pide dar a cada uno lo suyo, se ha supuesto una operación previa: la determinación de qué sea lo suyo de cada uno. Por eso, el programa de la convivencia internacional, en el pensamiento pontificio, es dictado por la verdad y la justicia opera como un motor en cuya virtud las exigencias de la verdad deben ser cumplidas. Las ventajas de que goce un Estado en cuanto a poderío militar y a desarrollo económico, nunca pueden justificar el dominio de otros más débiles, antes bien lo obliga a prestar una mayor ayuda al progreso común de todos los pueblos. El derecho de veto en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas,  que tienen reconocido cinco Estados, es un ejemplo de reconocimiento formal de su poder hegemónico. Las circunstancias históricas pueden explicar esa facultad, pero no justificar que se utilice como privilegio. A la potestad hegemónica de las comunidades políticas superiores corresponde el bien común internacional; éste incluye el derecho de las comunidades políticas más débiles a la ayuda de las más poderosas para conseguir su perfección. 

13. Partiendo de la afirmación de la unidad del género humano, destaca la encíclica una triple función de la raza en las comunidades políticas. Actúa como elemento aglutinante de las comunidades en la fase constitutiva. También cumple una función como elemento distintivo de las minorías étnicas que conviven en el seno de un Estado. Pero, principalmente, se destaca el rol negativo de la raza en las relaciones entre Estados, condenando toda discriminación racial en las relaciones internacionales, posición ya expuesta por Pío XI en la encíclica Mit brennender Sorge. La verdad de que las razas son iguales en razón de su dignidad implica la aceptación de la diferencia o diversidad de las razas. por ello, el Papa exige el respeto hacia los grupos étnicos que integran una comunidad política en la que constituyen una minoría. Asimismo, condena cualquier sobreestimación de la propia raza que conlleve actitudes permanentes de conflicto perjudiciales para la convivencia. De lo contrario serían estos grupos minoritarios los que apliquen el racismo, al desorbitar el interés propio hasta el punto de anteponerlo a los valores comunes de todos los hombres. 

14. Uno de los derechos del hombre citados en la Pacem in Terris es el de emigrar a otros países, pues el hecho de pertenecer a una determinada comunidad política no impide ser miembro de la familia humana, común a todos los hombres. Correlativamente, las autoridades públicas de un Estado deben admitir a los extranjeros que llegan, y, en la medida que lo permita el bien de su comunidad, aceptarlos como ciudadanos. Indudablemente, que en los cuarenta y cuatro años transcurridos desde la publicación de esta encíclica, se han incrementado los problemas derivados de la emigración, así como de los exilados políticos. A este tema también se refiere el documento, destacando el infortunio de quienes se ven expulsados de su patria, y no pierden por eso los derechos correspondientes a su dignidad humana. La Santa Sede ha profundizado en documentos posteriores  el análisis de la necesaria regulación de los flujos migratorios, según criterios de equidad y equilibrio. 

15. Advierte el Papa el grave problema de la carrera de armamentos, que incluye las armas atómicas, que ponen en peligro toda clase de vida en caso de ser utilizadas en una guerra. Sostiene que las eventuales diferencias que surjan entre los pueblos deben resolverse no con las armas, sino por medio de negociaciones y convenios. Pero agrega una afirmación taxativa que ha merecido dudas, al manifestar que: resulta un absurdo sostener que la guerra es un medio apto para resarcir el derecho violado. Este criterio, en efecto, no basta para resolver aquellos casos extremos en que la vía del diálogo resulta insuficiente e ineficiente. Por eso, debe mencionarse que, dos años después de publicada esta encíclica, la Constitución Gaudium et Spes, confirmó la doctrina tradicional de la guerra justa, la que a su vez fue ratificada en 1992, al aprobar Juan Pablo II el Catecismo de la Iglesia Católica. La Constitución reconoce los esfuerzos de los gobernantes que procuran eliminar la guerra, pero señala con precisión en el párrafo 79: “Mientras exista el riesgo de guerra y falte una autoridad internacional competente y provista de medios eficaces, una vez agotados todos los recursos pacíficos de la diplomacia, no se podrá negar el derecho de legítima defensa a los gobiernos.” El Catecismo, en el artículo 2309, agrega las condiciones clásicas exigidas para considerar justa una guerra. 1

16. Otra cuestión que merece resaltarse es la afirmación que hace Juan XXIII, realmente novedosa, respecto a que ningún Estado puede hoy alcanzar de manera completa su perfeccionamiento, pues su poder resulta insuficiente para asegurar el bien común. Esta reflexión pontificia requeriría un análisis más profundo, pero, en apretada síntesis, digamos que implica replantear si el Estado continua siendo una sociedad perfecta, tal como lo ha sostenido siempre la doctrina tradicional.

Sociedad perfecta es aquella que posee en sí todos los medios para alcanzar el bien común público.No puede negarse que el fenómeno contemporáneo de la globalización conlleva a que el poder estatal esté sometido a muchas restricciones y condicionamientos. No obstante, compartimos el criterio de que los Estados mantienen un margen de autonomía que les permite diseñar un modelo propio de desarrollo, y proporcionar a su población lo necesario[4]. La frase del Papa sólo pone de relieve la importancia de la actual interdependencia entre los países, así como la creciente intervención de actores particulares, empresas multinacionales y organismos supraestatales, que condicionan la acción de los Estados.La categoría de sociedad perfecta no se pierde porque un Estado no disponga en su propio territorio de todos los bienes que requiere. Lo único imprescindible es la capacidad de gestión del propio Estado, que lo habilite para cumplir su rol de gerente del bien común.

Pese a la mayor complejidad que implica el orden internacional actual para su funcionamiento, compartimos la conclusión de Bidart Campos: “el Estado sigue siendo sociedad perfecta no obstante los déficit soportados, porque la dosis o cuantía de poder político que conserva le atribuye la capacidad y el deber de procurar todos los medios a su alcance -dentro de él mismo o fuera de él- para el mayor bienestar posible de la sociedad”[5]. 

17. La última parte de la Pacem in Terris está dedicada a las normas para la actuación temporal del cristiano. Exhorta el pontífice a participar activamente en la vida pública, y procurar que las instituciones, lejos de crear obstáculos, ayuden a los hombres para su perfeccionamiento, lo que requiere que penetren en las mismas y actúen con eficacia desde dentro de ellas. De la redacción del documento queda claro que la misión de los cristianos no es la de construir un mundo aparte, sino la de colaborar con los demás hombres en el enriquecimiento del acervo de bienes comunes. En coincidencia con los pontífices anteriores, sostiene que las estructuras sociales no son indiferentes respecto del destino del hombre, sino que lo condicionan, perjudicando o favoreciendo su realización.En la actuación temporal, señala el Papa, deben estar dispuestos a colaborar con personas de otras creencias en la realización de obras buenas, o que puedan conducir al bien.

En esta actividad, deben ser consecuentes consigo mismos, y no aceptar compromisos que puedan afectar la integridad de la religión o de la moral. Para ello, es necesario distinguir entre el error y el hombre que lo profesa, así como distinguir entre las teorías filosóficas falsas, y las corrientes políticas y sociales. Pues una doctrina cuando ha sido definida, ya no cambia, en cambio los movimientos originados en una falsa teoría están sujetos a continuos cambios, y pueden tener elementos moralmente positivos.A continuación, la encíclica recuerda la enseñanza de Pío XII que recomendaba buscar el cambio de la realidad mediante la evolución y no por la revolución, ya que la violencia nunca ha hecho otra cosa que destruir.  

Concluyamos, glosando a Juan Pablo II: “la visión de Juan XXIII contrasta con la de quienes ven en la política un ámbito desvinculado de la moral y sujeto al criterio exclusivo del interés. Precisamente porque las personas son creadas con la capacidad de tomar opciones morales, ninguna actividad humana está fuera de los valores éticos. La política es una actividad humana; por tanto, está sometida también al juicio moral”[6]. 

Bibliografía consultada 

-Cuadron, Alfonso (Coord.). “Manual de Doctrina Social de la Iglesia”; Madrid, BAC

- Fundación Pablo VI, 2003. 

-Instituto Social León XIII. “Comentarios a la Pacem in Terris”, Madrid, BAC, 1963. 

-Bidart Campos, Germán. “Doctrina Social de la Iglesia y derecho constitucional”; Buenos Aires, EDIAR, 2003.


[1]  Panel de homenaje a la memoria de Juan XXIII; I Congreso Nacional de Filosofía del Derecho y Filosofía Política y IV Jornadas Nacionales de Derecho Natural, San Luis, 16-6-2007.

[2]  Pontificio Consejo Justicia y Paz. “Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia”; Buenos Aires, CEA, 2005, p. 75, 76, 85.

[3]  Idem, p. 85.

[4]  Bidart Campos, Germán. “Doctrina Social de la Iglesia y derecho constitucional”; Buenos Aires, EDIAR, 2003, págs. 92/93, 109/111.

[5]  Bidart Campos, op. cit., pág. 92.

[6]  Juan Pablo II. “Pacem in Terris, una tarea permanente”; 1-1-2003.

Análisis doctrinario

BENEDICTO XVI Y LA VERDAD HISTÓRICA 

Resulta necesario ocuparse de comentarios periodísticos y de gobernantes de algunos países americanos, con referencia al reciente viaje del Papa a Brasil. En especial, las críticas han hecho hincapié en las afirmaciones de Benedicto sobre las culturas precolombinas, que han sido calificadas de “falsedad histórica resonante”, pues: “La cruz de la Evangelización y la espada de la Conquista actuaron unidas en una misma estrategia colonizadora que diezmó muchas poblaciones indígenas y avasalló sus culturas” (Julio Algañaraz, Clarín, 20-5-07).

También se comparó la actitud del Sumo Pontífice con la que habría tenido su antecesor, Juan Pablo II, que “pidió perdón por las terribles injusticias que sufrieron los indígenas” y “por el genocidio realizado en nombre de Cristo durante la colonización” (ídem). Transcribamos, primero, las frases textuales del Papa, en el Santuario de Aparecida, el 13-5-07: “La fe en Dios ha animado la vida y la cultura de estos pueblos durante más de cinco siglos. Del encuentro de esa fe con las etnias originarias ha nacido la rica cultura cristiana de este continente expresada en el arte, la música, la literatura y, sobre todo, en las tradiciones religiosas y en la idiosincracia de sus gentes, unidas por una misma historia y un mismo credo, y formando una gran sintonía en la diversidad de culturas y de lenguas. En efecto, el anuncio de Jesús y de su Evangelio no supuso, en ningún momento, una alienación de las culturas precolombinas, ni fue una imposición de un cultura extraña. Las auténticas culturas no están cerradas en sí mismas ni petrificadas en un determinado punto de la historia, sino que están abiertas, más aún, buscan el encuentro con otras culturas, esperan alcanzar la universalidad en el encuentro y el diálogo con otras formas de vida y con los elementos que puedan llevar a una nueva síntesis en la que se respete siempre la diversidad de las expresiones y de su realización cultural concreta”. 

¿En qué consiste la falsedad histórica que se le endilga al Papa? “La realidad es que hubo una mixturación y fusión cultural donde predominaron los elementos culturales europeos, por ser más evolucionados” (Tejerina Carreras). Los pueblos americanos estaban en la Edad de Bronce, no tenían escritura y no se podían comunicar entre sí. Cuando se habla, sin rigor histórico, de la destrucción de culturas, se omite mencionar, por ejemplo, al Inca Atahualpa, bebiendo chicha en el cráneo de su hermano Huáscar, asesinado por órdenes suyas. Nadie puede negar que hubo abusos, explotación y hechos de crueldad por parte de los conquistadores, pero afirmar que existió un genocidio carece de todo fundamento. La disminución de población indígena, obedeció especialmente a hambrunas por causas naturales o plagas, así como a epidemias que afectaron también a la población europea.

Se ha llegado a mencionar el exterminio de 50 millones de indios, siendo que la población total de América no llegaba a 14 millones. Fue precisamente Juan Pablo II, quien hablando ante los Obispos del CELAM, el 12-10-1984, afirmó: “Una cierta leyenda negra, que marcó durante un tiempo no pocos estudios historiográficos, concentró prevalentemente la atención sobre aspectos de violencia y explotación que se dieron en la sociedad civil durante la fase sucesiva al descubrimiento. Prejuicios políticos, ideológicos y aún religiosos, han querido presentar sólo negativamente la historia de la Iglesia en este continente”.

“Pero la labor evangelizadora, en su incidencia social, no se limitó a la denuncia del pecado de los hombres.Ella suscitó asimismo un vasto debate teológico-jurídico, que con Francisco de Vitoria y su escuela de Salamanca analizó a fondo los aspectos éticos de la conquista y civilización. Esto provocó la publicación de leyes de tutela de los indios e hizo nacer los grandes principios del derecho internacional de gentes”. “(...) los misioneros formaban pueblos, construían casas e iglesias, llevaban el agua, enseñaban a cultivar la tierra, introducían nuevos cultivos, distribuían animales y herramientas de trabajo, abrían hospitales, difundían las artes como la escultura, pintura, orfebrería, enseñaban nuevos oficios, etc.”. 

Como si no fuera suficiente, recordemos que, antes de viajar a nuestro continente, el Papa había visitado España, donde manifestó: “En el umbral de un viaje eminentemente misionero, y en nombre de toda la Iglesia, he querido venir personalmente para agradecer a la Iglesia en España la ingente labor de evangelización que ha llevado a cabo en todo el mundo, y muy especialmente en el continente americano y Filipinas” (10-10-1984). 

Si tenemos en cuenta que ya León XIII, al conmemorarse el IV Centenario de la Evangelización de América, la calificó como el “hecho de por sí más grande y maravilloso entre los hechos humanos” (Carta, 15-7-1892), debemos concluir que Benedicto XVI no ha hecho más que reiterar la enseñanza de sus predecesores. Los fieles que quieran ser coherentes con su fe, tienen la obligación de escuchar la voz de Pedro y no la de los periodistas. 

Fuentes:

Pietri, Uslar. “La creación del Nuevo Mundo”; México, FCE, 1992.

Tejerina Carreras, Ignacio. “Breves reflexiones acerca del descubrimiento de América y la conquista española”; Córdoba, Instituto Levillier, 1992.

[Boletín Acción 110]

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Análisis doctrinario

 La exhortación Sacramentum Caritatis.Estrategia y táctica del progresismo y la iniquidad enmascarada 

Alberto Caturelli

 1. Estrategia y táctica del “espíritu del mundo” 

La exhortación apostólica Sacramentum Caritatis fue promulgada por el Santo Padre Benedicto XVI el 22 de febrero de 2007. Los diarios de las primeras semanas de marzo, en sus títulos y crónicas permiten identificar el “espíritu del mundo” interesado solamente en lo “sensacional” que pudiera dañar, horadar o desprestigiar a la Iglesia Católica. Al mismo tiempo es interesante analizar las reacciones de personajes de entreCasa en las que puede percibirse la interpretación sin compromiso, la sordina aplicada a toda la composición, la sordera respecto de lo “dicho”, el velamiento progresivo de lo develado.

Ante el gran documento, terriblemente vinculante, algunos se desvinculan manifestando que  no hay sorpresa, que era lo esperado (sobre todo de Ratzinger!), que es un intento de recuperar la tradición, que –después de todo- el documento aunque refleja el pensamiento del Papa “es el producto del trabajo en el sínodo de Obispos, que se hizo hace dos años”; que el documento, dice el titular de un diario, tiene “el sello de Ratzinger”… Pero lo mejor es un silencio que se puede “oír”.

 Desde hace mucho tiempo, detrás de esta malla de innumerables hilos, existe una estrategia no declarada y una táctica móvil aplicable a cada circunstancia. La estrategia, término de origen castrense, es el arte de dirigir las operaciones y se identifica con un plan inmutable que tiene también un fin inmutable. Como lo denunciaba hace un siglo San Pío X ”traman la ruina de la Iglesia, no desde fuera, sino desde dentro”; según el gran Papa Santo, el plan se aplica “a la raíz misma” de la Iglesia (Pascendi,3). La estrategia, ciertamente diabólica, es inmutable en su propósito esencial. La táctica, compuesta de “reglas” o procedimientos que orientan las operaciones (a veces hábilmente disimuladas para lograr el fin) es cambiante, dinámica. San Pío X habla de “una táctica…insidiosa” que caracteriza a los modernistas y que consiste “en no exponer jamás sus doctrinas de un modo metódico”.

El “teólogo” progresista habla por sí mismo, es “creador” y las “originalidades” doctrinarias son casi tantas como el número de “teólogos” y de “opinadores” esparcidos por todas partes. La estrategia es siempre la misma –desde el seno de los Doce con el primer traidor- hasta el fin de los tiempos. La táctica es cambiante, “insidiosa” y asi será hasta el fin de la historia.En medio de esta “tensión” cargada de misterio, se promulga la exhortación apostólica. 

2. El contenido esencial de la Sacramentum Caritatis 

La primera línea del documento recuerda  que la Eucaristía “es el don que Jesucristo hace de si mismo”, su “infinita humildad” y su amor también infinito porque tanto nos amó que nos hizo “el don de su cuerpo y de su sangre”; de ahí la colaboración litúrgica que nos obliga a “leer los cambios indicados por el Concilio dentro de la unidad que caracteriza el desarrollo histórico del rito mismo, sin introducir rupturas artificiosas”. Se trata del misterio que se ha de creer, que se ha de celebrar y que se ha de vivir. En cuanto a lo que se ha de creer, es el “misterio de la fe” por excelencia que supera toda comprensión humana; pan “que baja del cielo y da la vida al mundo haciéndonos partícipes de la intimidad trinitaria (I, nº 6,7). La Cena ritual es “conmemoración del pasado y también “memoria profética” anticipando la crucifixión y la victoria de la Resurrección que es cambio radical (nº 9-11). Es lo que hace la Iglesia guiada por el Espíritu Santo revelando “la precedencia no sólo cronológica sino también ontológica del habernos “amado primero” (nº 14). Se iluminan así la sacramentalidad eucarística de la Iglesia, el vínculo íntimo entre Bautismo, Confirmación y Eucaristía y el papel esencial de la Penitencia. Inmersos, hoy, en una (pseudo) cultura que quiere borrar el pecado, favorece esa actitud que lleva a olvidar la necesidad de estar en gracia de Dios para acercarse dignamente a la comunión sacramental (nº 20).

Resalta aquí la relación entre la Eucaristía y el sacramento del Orden (Lc 22,19) en cuya celebración el sacerdote actúa en nombre de toda la Iglesia; invierte su misión el que se pone a sí mismo o sus “opiniones” en primer plano; por el contrario, debe evitar todo lo que pueda dar… la sensación de un protagonismo inoportuno (nº. 23). A esta verdadera configuración con Cristo se asocia íntimamente el celibato sacerdotal cuyo “carácter obligatorio” el Santo Padre reafirma (nº 24). De ahí  la extrema importancia de la formación de los sacerdotes y es grave obligación de los Obispos que deben omitir la ordenación de “candidatos sin los requisitos necesarios” (nº 25). Simultánemente, surge luminosa la íntima relación de la Eucaristía y el Matrimonio que “copia” la santísima e indisoluble unión esponsal de Cristo y la Iglesia. De ahí que sea “una verdadera plaga” la existencia de esposos separados que contraen nuevas “nupcias” (es decir, que viven en adulterio o en concubinato); en ningún caso pueden recibir la Comunión “porque su estado y su condición de vida contradicen objetivamente esa unión de amor entre Cristo y la Iglesia que se significa y se actualiza en la Eucaristía” (nº 29).

Es lo que siempre supimos: todo católico que cae en pecado mortal (y se vuelve miembro muerto del Cuerpo Místico) no puede comulgar hasta restaurar la gracia por medio de la confesión sacramental. La exhortación no podía concluir esta primera parte sin recordarnos que la Eucaristía inaugura objetivamente el tiempo escatológico (nº 31) y su vinculación íntima con María y su “docilidad incondicional” (nº 33). En cuanto a lo que se ha de celebrar, precisamente porque Cristo es el “pan del Cielo” es también una epifanía de la belleza constitutiva de la liturgia. Al recibirlo somos el que recibimos y “Él nos asimila a sí”. De ahí la necesidad de impedir toda separación entre “el arte de celebrar rectamente” y la “participación plena” de los fieles.

En punto tan delicado, el liturgo y el modelo es el Obispo quien tiene ante Dios la responsabilidad de que se “respeten plenamente” las reglas del ars celebrandi ( nº 39 y 57); normas, gestos, silencios, movimientos… sobriedad.El “cántico nuevo” del misterio, rechaza que se pueda utilizar “cualquier canto”: se han de “evitar la fácil improvisación” (¡hemos soportado tantas en tantos lugares!) y valorar adecuadamente el canto gregoriano como canto propio de la liturgia romana” (nº 42). Esto es así debido a “la unidad intrínseca del rito de la Santa Misa” (nº 44), la que implica “la necesidad de mejorar la calidad de la homilía” que debe ser preparada con esmero (nº 46); el documento recomienda sobriedad, la conveniencia de moderar algunos gestos como el saludo de la paz (nº 49) y ese tiempo precioso de acción de gracias después de la Comunión: “permanecer recogidos en silencio” (nº 50).

La despedida de la Misa: en el detestado latín se dice Ite, missa est. El documento lo relaciona con el sentido que en latín tiene como misión (nº 51). Cada uno de los miembros del Cuerpo Místico participa de la misionalidad de la Iglesia. Con esa  missio sale del templo y va al mundo.Todo lo dicho implica: necesidad de claridad en la actuación del sacerdote que es “quien preside de modo insustituible” (nº 53); evitar los abusos (nº 54); imposibilidad de dar la comunión a los cristianos no católicos que no están en plena comunión con la Iglesia (nº 56). Además, para mejor expresar la unidad y universalidad de la Iglesia, “exceptuadas las lecturas, la homilía y la oración de los fieles (quisiera recomendar) que igualmente dichas celebraciones fueran en latín; del mismo modo rezar en latín las oraciones más conocidas” (nº 62).

La exhortación recomienda a los futuros sacerdotes ¡que aprendan el latín! y que los mismos fieles (como nuestros abuelos) “conozcan las oraciones más comunes en latín y que canten en gregoriano algunas partes de la liturgia”. Emocionan nuestro corazón católico las líneas dedicadas a la catequesis mistagógica y a la relación entre celebración y adoración (nº 64-69).En cuanto a lo que se ha de vivir, todo está dicho en el texto de San Juan con el cual comienza la tercera parte de la exhortación: ”De la misma manera que Yo, enviado por el Padre viviente, vivo por el Padre, así el que me come, vivirá también por Mí (Jn 6,57). Las palabras que he subrayado muestran que el culto no es desencarnado sino que “nos hace partícipes de la vida divina” (nº 70) de modo absolutamente concreto: en el día del Señor (el domingo) “día de la nueva creación y del don del Espíritu Santo” (nº 73), en nuestra pertenencia total a Cristo en la espiritualidad y en la evangelización de toda cultura; subraya la exhortación la inmensa importancia del Pan del cielo en la espiritualidad sacerdotal (nº 80) y en la “coherencia eucarística” que debe tener nuestra vida (nº 83) manifestada como misión y como testimonio (nº 84, 85).

Es lo que ofrecemos al mundo y a la comunidad social (nº 89, 91), hasta tal punto que debemos tener conciencia que cuando damos gracias por medio de la Eucaristía, lo hacemos “en nombre de toda la creación” (nº 92).La Eucaristía es, pues, “el origen de toda forma de santidad” a la que todos somos llamados (nº 94), como María, “Mujer eucarística” que nos conduce amorosamente con “el mismo ardor que sintieron los discípulos de Emaús” ( nº 97). 

3. La táctica “insidiosa” 

a) Antecedentes prototípicos

Ahora que hemos estudiado y sintetizado el documento Sacramentum Caritatis, lo consideraremos en la perspectiva de la tensión entre estrategia y táctica “modernistas” que si alcanzara la victoria imposible, la Iglesia Católica dejaría de existir. Creo que por esta razón San Pío X calificó de “insidiosa” la campaña modernista ab intra de la Iglesia. Insidiar es poner acechanzas; por eso, cuando decimos que tal sujeto o tal plan es insidioso, queremos señalar que es dañino con apariencias inofensivas; también lo decimos de una enfermedad que, bajo apariencia benigna oculta suma gravedad.

El lector observará que estas reflexiones señalan a cada paso hechos locales y frecuentemente personales. Este modo de exponer es deliberado porque, aunque se trate de experiencias singulares, también lo son de muchos hermanos en la fe que por comprensibles causas no pueden expresarse ni exponer sus intuiciones, sus preocupaciones, sufrimientos y perplejidades, sus errores, sus sorpresas y su confusión. No comprenden que Gustavo Gutiérrez, Leonardo Boff, Ion Sobrino, Forte, sean invitados de honor en Universidades e Instituciones católicas y me preguntan si Roma no estará equivocada; recientemente, en marzo de 2006 una señora (presidenta de las llamadas “abuelas de Plaza de Mayo”) fue designada “doctora honoris causa” de la Universidad Católica de Córdoba, sin mérito académico alguno ni como reconocimiento a virtudes heroicas. 

La autoridad guardó  SILENCIO.  Recordé vividamente un episodio personal entre muchos otros: en 1993 fue promulgada la Encíclica Veritatis Splendor e inmediatamente publiqué un artículo en Gladius (X, nº 28, p. 3-32, 1993); allí me preguntaba qué pasaría en Seminarios y Universidades si se cumplieran fielmente las instrucciones del Santo Padre; dice el Papa: “nunca están exonerados de sus propias obligaciones. Compete a ellos, en comunión con la Santa Sede, la función de reconocer, o retirar en casos de grave incoherencia, el apelativo de “católicas” a escuelas, universidades o clínicas, relacionadas con la Iglesia” (cap. III, nº 16 in fine).

En esos días regresaba en un vuelo de Aerolíneas de una jornada de trabajo en el Conicet y quiso la casualidad que me tocara sentarme al lado de un eclesiástico, antiguo alumno mío; dirigí a él mi saludo cordial… apenas un gesto frío… y la mirada hacia otro lado. Quedé sorprendido hasta que me di cuenta: ¡el artículo de Gladius! ¡Había olvidado que yo era acusado de “papista”! ¡qué honra para mí”!Al leer minuciosamente la exhortación Sacramentum Caritatis comprendí más hondamente lo que suelo llamar “antecedentes prototípicos” que he sufrido y sufro todavía, algunos de los cuales irán reapareciendo en esta exposición. Recuerdo con dolor aquellas risitas con que fueron recibidas mis citas de Royo Marín, de Spicq, de Schmaus o de …Ratzinger.Como el lector ve, el Espíritu Santo tiene buen humor. 

b) Coincidencias no-casuales y el escándalo del silencio. La desilusión de cinco jesuitas de Córdoba.

Para los que nos dedicamos al estudio, Jon Sobrino es viejo conocido y el lector puede encontrar –en las librerías “católicas”- varios de sus libros editados por ejemplo por Editorial Sal Terrae de Santander y no es novedad que su “cristología desde abajo” (la sola expresión lo dice todo) afecta gravemente la divinidad de Cristo, el misterio de la Encarnación y su mediación salvífica.El diario La Nación informa de la notificación a Sobrino por parte de la Sagrada Congregación para la Fe (15.3.07, 1ª sec., col. 1-2) la cual, sin que haga falta entrar en detalles doctrinales, advierte que las obras de Sobrino (uno de los antiguos inspiradores de los Sacerdotes para el Tercer Mundo) muestran “notables discrepancias con la fe de la Iglesia”. Para un católico eso basta: es un caso gravísimo sin hablar todavía de franca apostasía.

La noticia de La Nación firmada por la corresponsal en Italia recuerda que Sobrino enseña en la Universidad de Centro América de los jesuitas de El Salvador. Allí fueron asesinados por los “escuadrones de la muerte” seis religiosos (entre ellos Ignacio Ellacuría, discípulo de Zubiri que se decidió por la acción “revolucionaria”). Sobrino se salvó porque estaba ausente. Esto ocurrió en 1989. La periodista no sabe que en esa misma época, el filósofo católico Francisco Peccorini, mi amigo, profesor a la vez en la California State University y en El Salvador, habló por televisión contra la guerrilla marxista. Fue inmediatamente asesinado.

Tengo ahora a la vista algunos de los libros de aquel caballero cristiano hoy un “desaparecido” por el cual nadie pide ”justicia”. Casi al mismo tiempo, con ocasión de la notificación a Sobrino y la publicación de la exhortación apostólica Sacramentum Caritatis, cinco jesuitas de Córdoba, uno de ellos Rector de la Universidad Católica, publicaron una suerte de carta titulada irónicamente “¿Y la Buena Noticia?” (La Voz del Interior, 17.3.07, Ap. 14, col 4, Cba.).

 Después de recordar a Sobrino como uno de los teólogos “más reconocidos”  y hacer una vaga referencia a sus “herejías”, se lamenta: “Si a esto se le suma la reciente carta apostólica firmada por Benedicto XVI sobre la Eucaristía en la cual se vuelve a insistir en que no pueden comulgar los divorciados y vueltos a casar salvo que ‘vivan como hermanos’ (con lo que se confirma la sospecha de que ‘lo malo’ es el sexo), y que se recomienda volver al uso del latín en algunas oraciones de la misa, el panorama de retroceso es claro… y lamentable”. Volveré sobre esto.

Por ahora diré que lo realmente lamentable es el rechazo explícito de la autoridad del Vicario de Cristo, la exaltación de un Concilio Vaticano II que jamás existió (enseguida me ocuparé también de ello), el rechazo del latín y del canto gregoriano como al menos un “cultismo litúrgico de dudoso gusto y escasísimo sentido pastoral” y ese “cachetazo” de negar la Comunión (el Cuerpo y la Sangre de Cristo) a los que viven en pecado mortal. ¿Qué desean? ¿Un pecado mayor? Claro, para decir esto hay que tener fe. La desilusión de los cinco jesuitas es grande. Por eso concluyen con un elocuente “qué lastima”.

Quizá el lector piensa que estoy escandalizado por el documento. No. No lo estoy a causa del documento. Pero sí estoy inmensamente escandalizado; siento una especie de escándalo sin retorno y sin remedio aquí y ahora. Estoy escandalizado por el SILENCIO. No me interesa que se hayan realizado entrevistas, ni siquiera admoniciones no públicas, que el Canciller de la Universidad haya o no considerado el documento (no lo sé) y lo mismo digo de las otras autoridades jerárquicas.

Los fieles necesitan no ser “aturdidos” por el SILENCIO sino que “la potestad sagrada sea ejercida” en nombre de Cristo, potestad “propia, ordinaria e inmediata” (Concilio Vaticano II, Lumen gentium, 27). Ese es el escándalo que siento: el escándalo del SILENCIO. 

 c) La eliminación del término “pecado” y la imposibilidad de dar la Comunión a los adúlteros y a los que viven en concubinato. Presencia activa de una estupidez arrasadora.

Tanto en el documentito de los cinco como en diversas “declaraciones” que he leído después de la promulgación de la Sacramentum Caritatis, se percibe la no utilización de términos que parecen tácitamente prohibidos: el primero es el término “pecado”. Suele ser sustituido por el vocablo “error”. Un error puede no ser pecado, debido a múltiples causas; no siempre la no adecuación del predicado a la realidad es falta moral; puede haber error pecaminoso in causa en cuyo caso sí sería pecado. Pero eso es filosofía. Aquí hablamos del pecado como la libre ruptura con el mandamiento divino y el desalojo de la gracia (del mismo Dios Vivo) de nuestra alma. Por eso, cuando pecamos mortalmente (muere el alma para la gracia) desalojamos a Dios Uno y Trino. Esto no es “error”: es diverso e infinitamente más grave, terrible mal que sólo puede “curar” el arrepentimiento y el sacramento de la Penitencia (por cualquier duda, ¡consulte el Catecismo!).

 Con ocasión del pecado público de sodomía de un alto personaje, en Santiago del Estero, se dijo públicamente que “cayó en un singular error humano”; que de todos modos ayudó (¡sic!) a los seminaristas “a fortalecer su fe” y su “vocación sacerdotal” (La Nación, 30.8.05, 1ª sec., p. 8, col. 3-5). Cuesta leer semejante declaración.Ahora, con motivo de la reafirmación pontificia de la imposibilidad de dar la Comunión (Cristo vivo sacramentado) a los divorciados “vueltos a casar” (o juntar) se afirma que es un lamentable “retroceso” (dicen los cinco jesuitas). Otro ha dicho a la prensa: “Los divorciados vueltos a casar siguen siendo tan católicos como el Papa y los Obispos. No pueden comulgar porque tienen un obstáculo que no les permite llegar a  la plenitud de unión con Jesús. Pero si ponen el esfuerzo en Dios, mantienen la vida de oración, Dios no los va a dejar de lado” (La Nación, 18.3.07, 1ª sec., p. 22, col 2).

Veamos: los divorciados (siendo así que la Iglesia sostiene la indisolubilidad del vínculo) no son tales, sino “separados” y vueltos a “casar”, por ejemplo, por la ley civil que acepta la disolución del vínculo; son pues adúlteros que ahora viven en concubinato. Sea como fuere están en pecado mortal habitual. Ese es, nada menos, el “obstáculo” por el cual no deben comulgar agregando otro pecado aún mayor; la verdad es que han desalojado la Gracia y, en ese sentido, son menos católicos que el Papa y los Obispos porque el pecado mortal los convierte en miembros muertos de la Iglesia. Por otra parte, dan un pésimo ejemplo tanto a sus hermanos en la fe como a todos los demás. Para poder “llegar a la plenitud de la unión” con Cristo, deben arrepentirse, dejar el pecado habitual (y cualquier otro, es claro); lo único verdadero de las líneas transcriptas es que Dios “no los va a dejar de lado”.

También se recomienda que se mantenga la vida de oración. Uno se pregunta: ¿cómo hago para mantener y aumentar “la vida de oración” si estoy en pecado mortal?Otra persona ha declarado (sin emplear ni por casualidad el término “pecado”) que quien no mantuvo el compromiso “y concretó una nueva unión, se encuentra en una situación en la que no puede acceder a la Comunión” (La Voz del interior, 25.3.07, p. 21 A, col.. 2, Cba.) No se habla de infidelidad (que destruye la castidad conyugal) ni de pecado mortal (concretar la “nueva unión”); pecado grave por el cual comete una falta mayor como sería recibir a Cristo Sacramentado. Ya sabemos, por supuesto, que para la Santa Iglesia no es éste un caso de excomunión (en el sentido canónico) pero Ella los espera por medido de la Penitencia y el infinito amor de Cristo.

En verdad “me duele” saber que Fulano y Mengana no pueden y no deben recibir a Cristo Sacramentado; pero si digo que “la Iglesia está buscando la forma de resolver esto, siempre”… en realidad debería decir que la Iglesia desde su fundación, no busca sino que ofrece la única forma sacramental de resolverlo instituida por Cristo. No hay caso: parece que no se pueden emplear términos tan claros como “pecado mortal”, “gracia”, “fornicación”, “adulterio”, “concubinato”… quizá porque caen socialmente mal, porque no quiero “ofender” a nadie. Infinitamente peor es la ofensa que permanentemente se infiere a Dios y el corrosivo ejemplo o anti-ejemplo para los demás, sobre todo para los niños y adolescentes. ¿Cómo puedo decir a mis hijos que “no me voy a poner a hacer una lucha contra el preservativo”? ¡Por supuesto que voy a luchar! ¿Que respeto a quien los usa? (como persona sí, pero debo “odiar” el pecado que comete).

¿Es posible que un padre de familia como yo tenga que leer u oír esto?Cuando alguien dice que esta imposibilidad de comulgar que afecta a los “vueltos a casar” (léase re-juntados, adúlteros o concubinos) “nos obliga a ofrecerles toda la ayuda pastoral que merecen” (AICA, LI, 2623, p. 391, 28.3.07), creo que debemos entender que la “ayuda pastoral” consiste en exhortarlos con la ayuda de Dios a que dejen el pecado mortal habitual y vuelvan a la vida de la gracia. Y si es necesario, actuar enérgicamente. El verdadero amor es a veces “violento” y tierno, “intolerante” y firme.  En el documento de los cinco, los autores se quejan: “la ratificación explícita de que se continúa excluyendo de la comunión a los divorciados y vueltos a casar, es la confirmación de lo que ya se sabía, pero en este contexto no deja de ser un nuevo cachetazo. Algo así como si la comunión fuera un premio para “los buenos”, en particular para los que tienen conductas sexuales adecuadas a las que las encíclicas indican, y no fuera lo que es -Pan para el camino- alimento para los peregrinos…”

Aclaremos las cosas:

1) No se trata de una “exclusión” sino de la imposibilidad de recibir a Cristo Hostia en pecado mortal.

2) Estrictamente hablando, para los católicos, no existe un “volverse a casar” si el otro cónyuge está vivo. Es adulterio o concubinato, o las dos cosas.

3) ¿Cuáles son las conductas sexuales “adecuadas”? Las Encíclicas (o la doctrina de siempre) no hacen más que enseñar lo que el mismo orden natural promulga en la conciencia y por qué la unión sexual en el matrimonio cristiano es canal de gracia y santificación como copia del amor fiel de Cristo Esposo y la Iglesia Esposa. ¿De dónde salió el error de que el sexo es malo? No salió de la Iglesia Católica. Eso es seguro y la bibliografía, inmensa.

4) ¿Cuando califican a la Santa Comunión como “Pan para el camino” quieren decir que ese Pan es Cristo en Persona, o no? Si lo es, no debe recibírseLo en pecado mortal; si no lo es (como a veces sospecho de algunos “teólogos”) entonces… no tiene importancia. No creen en la presencia  real.

5) ¿Sólo son buenas las “conductas sexuales adecuadas a lo que las Encíclicas indican?”. Sí. así es. O los cinco niegan toda autoridad al Magisterio Ordinario. Eso sí está claro. En esto de las “conductas sexuales” se desliza y manifiesta una enorme estupidez. En la metafísica y en la Teología del matrimonio (orden natural y sobrenatural) se revela una insensatez esencial, “infinita”, propia de una razón que ha perdido la luz de la inteligencia, a la cual Sciacca llamaba la estupidez tan omnipresente como el ser, una inteligencia “oscurecida” que, en este caso, niega lo que no ve y no comprende. Por eso es torpeza notable, aturdimiento, pasmo. Ante la sexualidad, estos cinco caen en una estupidez arrasadora. La sexualidad, implicante de toda la persona, es perfección constitutiva del hombre como imago Dei. Por eso la unión sexual sacramental es santificante y supone: castidad pre-matrimonial, castidad conyugal (que es la misma fidelidad) hasta el fin.

Si se me permite el atrevimiento menos pudoroso, hablando como hombre con más de cincuenta y cinco años de matrimonio, ocho hijos y veintiséis nietos, quienes practican “conductas sexuales” no acordes con la docencia perenne de la Iglesia no saben lo que se pierden. La fidelidad hace de la actividad sexual algo hermoso, profundo y lleno de sentido. Les digo a los fornicarios, a los adúlteros y a los “otros”: ¡No saben lo que se han perdido! Stultorum infinitus est numero!  

d) La exhortación apostólica ¿implica un pre y un post Concilio?

Ante la Sacramentum Caritatis, las ovejas no necesitamos que nos digan: quédense tranquilos, el documento “confirma” el Vaticano II; menos aún que aquellos cinco afirmen que es “un retroceso”; mucho menos que alguien nos advierta que “el mensaje del Papa no contiene ni un retorno a la época preconciliar ni nada “que implique alejar a los fieles de la Iglesia” (La Nación, 18.3.07, 1ª Sec., p. 22, col 1). No hay “retorno” en el sentido empleado porque no existe, desde el punto de vista del sacro depósito una “época preconciliar”.

Desde las Actas del Vaticano II -que he estudiado de veras hace muchos años- retrocediendo hasta la primera reunión de Jerusalén, la Iglesia (no “nuestra” sino de Cristo) ha dicho siempre lo mismo. No existe un pre y un post Concilio. Decía el cardenal Ratzinger en Raporto sulla fede, ed. Paoline, Roma, 1985, p. 33: “Es necesario oponerse decididamente a este esquematismo de un antes y de un después en la historia de la Iglesia, absolutamente injustificado por los mismos documentos del Vaticano Ii que no hacen más que reafirmar la continuidad del Catolicismo. No existe una Iglesia “pre” o “post” conciliar: existe una sola y única Iglesia…”. Dice más adelante: “no son los cristianos los que se oponen al mundo. Es el mundo el que se opone a ellos cuando es proclamada la verdad sobre Dios, sobre Cristo, sobre el hombre. El mundo se rebela cuando el pecado y la gracia son llamados con su nombre” (op. cit., p. 35).Veintidós años más tarde comprobamos en documentos publicados ese vergonzante temor de llamar pecado al pecado y gracia a la gracia.  

 4. Reflexiones conclusivas y los verdaderos “excluidos 

Dentro de la estrategia general inamovible, la táctica dinámica especula con situaciones de hecho: muy pocos, poquísimos, leerán bien y aun serán muchos menos quienes estudien cuidadosamente la exhortación.  Algo semejante pasó con las Actas del Concilio Vaticano II al que le hacen decir lo que no dijo y consideran como un punto de partida “revolucionario” que nada tiene que ver con su contenido doctrinal. La iniquidad enmascarada y la “táctica insidiosa” de que hablaba San Pío X, no se detienen. Cuando terminé de estudiar la exhortación recordé algún texto de Orígenes en el cual nos habla de los “sentidos espirituales” (Contra Celso, I, 48); porque lo que más me impresiona como oveja del rebaño de Cristo es una suerte de enfermedad o de gangrena que pretende “disolver” o “demoler” la Iglesia.

Hablaba Orígenes de la vista que ve las cosas superiores; del oído que “percibe voces” o palabras o la Palabra; del gusto que saborea el pan y el vino que vienen del Cielo; del olfato que huele “el buen olor de Cristo”; del tacto que palpa con las manos al Verbo de la Vida.La “táctica insidiosa” logra que en muchos la vista se corrompa en ceguera; el oído en sordera; el olfato en pestilencia del pecado; el tacto en la insensibilidad al Verbo que nos llama; el gusto en la amargura del pecado contra Cristo. La sordera produce la mudez y el SILENCIO cuando hace falta la palabra y la decisión.

La “conspiración del silencio” tanto fuera como dentro: fuera porque el mundo prohíbe hasta nuestros nombres; dentro porque el iscariotismo nos entrega inermes: “¿qué me dais?”. Los católicos que piensan en sintonía con la Iglesia y con el Papa somos los excluidos, los verdaderamente excluidos. Cuando alguno súbitamente descubra que algo de lo que enseña o hace no es combatido sino aceptado por el mundo de fuera y de dentro, piense: ¡algo anda mal! ¿qué habré hecho mal? Lo sobrenaturalmente normal es que nos odien. Así está bien.Adhesión plena al sagrado depositum fidei, a la tradición, al  Magisterio, al Vicario de Cristo, son motivos más que suficientes: condenados a exclusión perpetua.

No olvide el lector para su propia alegría: hoy, la exclusión por la táctica insidiosa es gracia de elección. Como tal, es inmerecida. Sufrimiento, aceptación, humildad, entrega. Y allende las amarguras, el gozo inconmutable de existir adheridos a la Verdad, al Camino y a la Vida.Y todo, gratis. 

Córdoba, 16-4-07 

[Boletín Acción 108]

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Análisis doctrinario

UNIDAD EN LA TRADICIÓN[1] 

Joseph Ratzinger 

¡Estimados y queridos hermanos!En primer lugar, quería agradecer de corazón su invitación tan amable para visitar vuestro país, y también para ofrecerme esta ocasión de encuentro y de diálogo fraterno. No me hago la ilusión de que se pueda conocer un país con una estadía de pocos días; sin embargo, es muy importante para mí la oportunidad de poder ver los lugares donde ustedes trabajan, y tener en alguna medida la experiencia del ambiente de la vida de la Iglesia en esta tierra.

El fin de mis palabras es encarecer el diálogo que queremos tener mutuamente. De modo general, suelo aprovechar la ocasión que me brindan estos encuentros para exponer brevemente algunas de las cuestiones de mayor importancia del trabajo en la Congregación [para la Doctrina de la Fe]. Sin embargo, el cisma, que parece abrirse con las ordenaciones de obispos del 30 de junio, me lleva a apartarme, por esta vez, de esa costumbre. Hoy querría simplemente comentar algunas cosas sobre el caso que concierne a Mons. Lefebvre. Más que detenerse en lo ocurrido, me parece que puede tener mayor trascendencia valorar las enseñanzas que puede sacar la Iglesia, para hoy y para el día de mañana, del conjunto de los acontecimientos. Para ello querría anticipar, en primer lugar, algunas observaciones sobre la actitud de la Santa Sede en los coloquios con Mons. Lefebvre, y continuar después con una reflexión sobre las causas generales, que originan esta situación y que, por encima del caso particular, nos atañen a todos.

 En los últimos meses hemos invertido una buena cantidad de trabajo en el problema de Lefebvre, con el empleo sincero de crear para su movimiento un espacio vital adecuado en el interior de la Iglesia. Se ha criticado a la Santa Sede por esto desde muchas partes. Se ha dicho que había cedido a la presión del cisma; que no había defendido con la fuerza debida el Concilio Vaticano II; que, mientras actuaba con gran dureza con los movimientos progresistas, mostraba demasiada comprensión con la rebelión restauradora. El desarrollo ulterior de los acontecimientos ha refutado suficientemente estas aseveraciones. El mito de la dureza del Vaticano cara a las disgreciones progresistas ha resultado una lucubración vacía. Hasta la fecha se han emitido fundamentalmente amonestaciones y, en ningún caso, penas canónicas en sentido propio. El hecho de que Lefebvre haya denunciado al final el acuerdo firmado, muestra que la Santa Sede, a pesar de haber hecho concesiones verdaderamente amplias, no le ha otorgado la licencia global que deseaba.

En la parte fundamental de los acuerdos, Lefebvre había reconocido que debía aceptar el Vaticano II y las afirmaciones del Magisterio posconciliar, con la autoridad propia de cada documento. Es una contradicción que sean precisamente aquellos que no han dejado pasar por alto ninguna ocasión para vocear en todo el mundo su desobediencia al Papa y a las declaraciones magisteriales de los últimos 20 años, los que juzgan esta postura demasiado tibia y piden que se exija una obediencia omnímoda hacia el Vaticano II. También se pretendía que el Vaticano había concedido a Lefebvre un derecho al disenso, que se niega persistentemente a los componentes de tendencia progresista. En realidad, lo único que se afirmaba en el convenio -siguiendo a la Lumen Gentium en su núm. 25- era el simple hecho, de que no todos los documentos del Concilio tienen el mismo rango.

En el acuerdo se preveía también explícitamente que debía evitarse la polémica pública, y se solicitaba una actitud positiva de respeto a las medidas y declaraciones oficiales. Se concedía, asimismo, que la confraternidad pudiera presentar a la Santa Sede -quedando intacto el derecho de decisión de ésta- sus dificultades en cuestiones de interpretación y de reformas en el ámbito jurídico y litúrgico. Todo esto ciertamente muestra suficientemente que Roma ha unido, en este difícil diálogo, la generosidad en todo lo negociable, con la firmeza en lo esencial. Es muy reveladora la explicación que el mismo Mons. Lefebvre ha dado de la retractación de su asentimiento. Declaró que ahora había comprendido que el acuerdo suscrito apuntaba solamente a integrar su fundación en la “Iglesia del Concilio”. La Iglesia Católica en comunión con el Papa es, para él, la “Iglesia del Concilio” que se ha desprendido de su propio pasado. Parece que ya no logra ver que se trata sencillamente de la Iglesia Católica con la totalidad de la Tradición, a la que también pertenece el Concilio Vaticano II. 

El problema planteado por Lefebvre, sin embargo, no se termina con la ruptura del 30 de junio. Sería demasiado cómodo dejarse llevar por una especie de triunfalismo, y pensar que este problema ha dejado de serlo desde el momento en que el movimiento de Lefebvre se ha separado netamente de la Iglesia. Un cristiano nunca puede ni debe alegrarse de una desunión. Aunque con toda seguridad la culpa no pueda achacarse a la Santa Sede, es nuestra obligación preguntarnos qué errores hemos cometido, qué errores estamos cometiendo. Las pautas con que se valora el pasado, desde la aparición del decreto sobre el ecumenismo del Vaticano II, deben, como es lógico, tener valor también para el presente. Uno de los descubrimientos fundamentales de la teología del ecumenismo es que los cismas se pueden producir únicamente cuando, en la Iglesia, ya no se viven y aman algunas verdades y algunos valores de la fe cristiana. La verdad emarginada se independiza, queda arrancada de la totalidad de la estructura eclasial, y alrededor de ella se forma entonces el nuevo movimiento. Nos debe hacer reflexionar el hecho que no pocos hombres, más allá del círculo más restringido de los miembros de la confraternidad de  Lefebvre, están viendo en este hombre una especie de guía o, por lo menos, un aleccionador útil.

No es suficiente remitirse a motivos políticos, o a la nostalgia u otras razones secundarias de tipo cultural. Esas causas no serían suficientes para atraer también, y de modo especial, jóvenes, de muy diversos países, y bajo condiciones políticas o culturales, completamente diferentes. Ciertamente, la visión estrecha, unilateral, se nota en todas partes; sin embargo, el fenómeno en su conjunto no sería pensable, si no estuvieran también en juego elementos positivos, que generalmente no encuentran suficiente espacio vital en la Iglesia de hoy. Por todo ello, deberíamos considerar esta situación primordialmente como una ocasión de examen de conciencia. Debemos dejarnos preguntar en serio sobre las deficiencias en nuestra pastoral, que son denunciadas por todos estos acontecimientos. De este modo podremos ofrecer un lugar a los que están buscando y preguntando dentro de la Iglesia, y así lograremos convertir el cisma en superfluo, desde el mismo interior de la Iglesia.

Querría nombrar tres aspectos que, según mi opinión, tienen un papel importante a este respecto.

 a) Lo santo y lo profano   

Hay muchas razones que pueden haber motivado que muchas personas busquen un refugio en la vieja liturgia. Una primera e importante es que allí encuentran custodiada la dignidad de lo sagrado. Con posterioridad al Concilio, muchos elevaron intencionadamente a nivel de programa la “desacralización”, explicando que el Nuevo Testamento había abolido el culto del Templo: la cortina del Templo desgarrada en el momento de la muerte de cruz de Cristo significaría -según ellos- el final de lo sacro. La muerte de Jesús fuera de las murallas, es decir, en el ámbito público, es ahora el culto verdadero. El culto, si es que existe, se da en la no-sacralidad de la vida cotidiana, en el amor vivido. Empujados por esos razonamientos, se arrinconaron las vestimentas sagradas; se libró a las iglesias, en la mayor medida posible, del esplendor que recuerda lo sacro; y se redujo la liturgia, en cuanto cabía, al lenguaje y gestos de la vida ordinaria, por medio de saludos, signos comunes de amistad y cosas parecidas. Sin embargo, con tales teorías y una tal praxis se desconocía completamente la conexión real entre el Antiguo y el Nuevo Testamento; se había olvidado que este mundo todavía no es el Reino de Dios y que “el Santo de Dios” (Io 6,69) sigue estando en contradicción con el mundo; que necesitamos de la purificación para acercarnos a El; que lo profano, también después de la muerte y resurrección de Jesús, no ha llegado a ser lo santo. El Resucitado se ha aparecido sólo a aquéllos cuyo corazón se ha dejado abrir para El, para el Santo: no se ha manifestado a todo el mundo.

De este modo se ha abierto el nuevo espacio del culto al que ahora estamos remitidos todos; a ese culto que consiste en acercarse a la comunidad del Resucitado, a cuyos pies se postraron las mujeres y le adoraron (Mt 28,9). No quiero en este momento desarrollar más este punto, sino sólo sacar directamente la conclusión: debemos recuperar la dimensión de lo sagrado en la liturgia. La liturgia no es festival, no es una reunión placentera. No tiene importancia, ni de lejos, que el párroco consiga llevar a cabo ideas sugestivas o lucubraciones imaginativas. La liturgia es el hacerse presente del Dios tres veces santo entre nosotros, es la zarza ardiente, y es la Alianza de Dios con el hombre en Jesucristo, el Muerto y Resucitado. La grandeza de la liturgia no se funda en que ofrezca un entretenimiento interesante, sino en que llega a tocarnos el Totalmente-Otro, a quien no podríamos hacer venir. Viene porque quiere. Dicho de otro modo, lo esencial de la liturgia es el misterio, que se realiza en el rito común de la Iglesia; todo lo demás la rebaja. Los hombres lo experimentan vivamente, y se sienten engañados, cuando el misterio se convierte en diversión, cuando el actor principal en la liturgia ya no es el Dios vivo, sino el sacerdote o el animador litúrgico. 

b) La no-arbitrariedad de la fe y su continuidad 

Defender el Concilio Vaticano II, en contra de Mons. Lefebvre, como válido y vinculante en la Iglesia, es y va a seguir siendo una necesidad. Sin embargo, existe una actitud de miras estrechas que aísla el Vaticano II y que ha provocado la oposición. Muchas exposiciones dan la impresión de que, después del Vaticano II, todo haya cambiado y lo anterior ya no puede tener validez, o, en el mejor de los casos, sólo tendrá a la luz del Vaticano II. El segundo Concilio Vaticano no se trata como parte de la totalidad de la Tradición viva de la Iglesia, sino directamente como el fin de la Tradición y como un recomenzar enteramente de cero. La verdad es que el mismo Concilio no ha definido ningún dogma y ha querido de modo consciente expresarse en un rango más modesto, meramente como Concilio pastoral; sin embargo, muchos lo interpretan como si fuera el superdogma que quita importancia a todo lo demás.Esta impresión se refuerza especialmente por hechos que ocurren en la vida corriente. Lo que antes era considerado lo más santo -la forma transmitida por la liturgia-, de repente aparece como lo más prohibido y lo único que con seguridad debe rechazarse.

No se tolera la crítica a las medidas del tiempo postconciliar; pero, donde están en juego las antiguas reglas, o las grandes verdades de la fe -por ejemplo-, la virginidad corporal de María, la resurrección corporal de Jesús, la inmortalidad del alma, etc., o bien no se reacciona en absoluto, o bien se hace sólo de forma extremadamente atenuada. Yo mismo he podido ver, cuando era profesor, como el mismo obispo, que antes del Concilio había rechazado un profesor irreprochable por su modo de hablar un poco tosco, no se veía capaz, después del Concilio, de rechazar otro profesor que negaba abiertamente algunas verdades fundamentales de la fe. Todo esto lleva a muchas personas a preguntarse si la Iglesia de hoy es realmente la misma de ayer, o se no será que se la han cambiado por otra sin avisarles. La única manera para hacer creíble el Vaticano II, es presentarlo claramente como lo que es: una parte de la entera y única Tradición de la Iglesia y de su fe.   

c) La unicidad de la verdad 

Dejando ahora aparte la cuestión litúrgica, los puntos centrales del conflicto son, actualmente, el ataque contra el decreto sobre la libertad religiosa y contra el pretendido espíritu de Asís. En ellos Lefebvre traza las fronteras entre su posición y la de la Iglesia Católica de hoy. No es necesario añadir expresamente que no se pueden aceptar sus afirmaciones en este terreno. Pero no vamos a ocuparnos aquí de sus errores, sino que queremos preguntarnos dónde está la falta de claridad en nosotros mismos. Para Lefebvre, se trata de la lucha contra el liberalismo ideológico, contra la relativización de la verdad. Evidentemente, no estamos de acuerdo con él en que el texto del Concilio sobre la libertad religiosa o la oración de Asís, según las intenciones queridas por el Papa, son relativizaciones. Sin embargo, es verdad que, en el movimiento espiritual del tiempo postconciliar, se daba muchas veces un olvido, incluso una supresión de la cuestión de la verdad; quizás apuntamos aquí al problema crucial de la teología y la pastoral de hoy. La “verdad” apareció de pronto como una pretensión demasiado alta, un “triunfalismo” que ya no podía permitirse.

Este proceso se verifica de modo claro en la crisis en la que han caído el ideal y la praxis misionera. Si no apuntamos a la verdad al anunciar nuestra fe, y si esa verdad ya no es esencial para la salvación del hombre, entonces las misiones pierden su sentido. En efecto, se deducía y se deduce la conclusión que, en el futuro, se debe buscar sólo que los cristianos sean buenos cristianos, los musulmanes buenos musulmanes, los hindúes buenos hindúes, etc. Pero, ¿cómo se puede saber cuándo alguien es “buen” cristiano o “buen” musulmán? La idea de que todas las religiones son, hablando con propiedad, solamente símbolos de lo incomprensible en último término, gana terreno rápidamente también en la teología y ya entra profundamente en la praxis litúrgica. Allí donde se produce ese fenómeno, la fe como tal queda abandonada, pues consiste precisamente en que yo me confío a la verdad en tanto que reconocida. Así, ciertamente, tenemos todas las motivaciones para volver al buen sentido también en esto. Si conseguimos mostrar y vivir de nuevo la totalidad de lo católico en estos puntos, entonces podemos esperar que el cisma de Lefebvre no será de larga duración. 

(Tomado de: Verbo, Nº 287, octubre 1988, pgs. 9/17)

[Boletín Acción 105]

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[1]  Ratzinger, Joseph. Alocución a los Obispos de Chile, en: El Mercurio, 17-7-1988.

ESCUELA DE DIRIGENTES   SANTO TOMÁS MORO  

COMPENDIO DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA 

Con motivo de haberse publicado en la Argentina[1], el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, preparado por el Pontifico Consejo “Justicia y Paz”, ofrecemos una recensión del mismo, que puede servir, asimismo, como un esquema sintético  para iniciarse en el  estudio de la doctrina, o actualizar su conocimiento. Este documento se publica en una época de crisis de la Iglesia, que podemos resumir en palabras de Benedicto XVI, pronunciadas días antes de su proclamación, cuando en la meditación delVía Crucis del Viernes Santo, en Roma, expresó: “¡Cuántas veces se deforma y se abusa de su Palabra! ¡Qué poca fe hay en muchas teorías, cuántas palabras vacías! ¡Cuánta suciedad en la Iglesia y entre los que, por su sacerdocio, deberían estar completamente entregados a él! ¡Cuánta soberbia, cuánta autosuficiencia!Señor, frecuentemente tu Iglesia nos parece una barca a punto de hundirse, que hace aguas por todas partes. Y también en tu campo vemos más cizaña que trigo."

 Recensión del Compendio 

Este documento presenta, de una manera completa y sistemática, aunque sintética, la enseñanza social de la Iglesia. Constituye un cuadro de conjunto sobre el cuerpo doctrinal, con un método orgánico, para la búsqueda de soluciones a los problemas del orden temporal. Pretende responder a los desafíos de hoy:   -la verdad misma del ser-hombre   -el pluralismo   -la globalizaciónLa Iglesia es entre los hombres la tienda del encuentro con Dios. El hombre no está sólo; lo acompaña la Iglesia, servidora de la Salvación, en el contexto del mundo en que vive el hombre. La Iglesia, con su doctrina social, quiere anunciar el Evangelio para fecundar yfermentar la sociedad, pues no es indiferente a la vida social.

La doctrina social quiere evangelizar el ámbito social:  promover una sociedad a medida del hombre, y construir una ciudad más humana,  más conforme al Reino de Dios. Con su doctrina social, la Iglesia no se aleja de su misión; es estrictamente  fiel a ella, puesto que lo sobrenatural no debe ser concebido como un espacio que comienza donde termina lo natural, sino como la elevación de éste.  Nada de lo humano le es extraño a la Iglesia. La doctrina social no es algo marginal,  que se añade a su mision, está en el corazon mismo de su ministerio. Es cierto que la mision que Cristo le confió es de orden religioso, pero de esa misma mision derivan luces y energias para consolidar la comunidad segun la Ley Divina.

La DSI no pertenece al ámbito de la ideologia sino al de la teologia, más precisamente, a la teología moral. No es una tercera  vía entre el liberalismo y el marxismo. Tiene una categoría propia, y su objetivo es orientar la conducta humana en sociedad.

Refleja los tres niveles de la enseñanza teologico-moral: 

Nivel Fundante: de las motivaciones 

Nivel Directivo: de las normas de la vida social 

Nivel Deliberativo: de la conciencia, para aplicar las  normas a las situaciones concretas.

Conjuga fides et ratio, la fe y la razón son las dos vías cognoscitivas  de la DSI  Las dos fuentes que la nutren son la  Revelacion y la Naturaleza humana. Recuerda el Compendio el pasaje evangélico, en que Jesús le recomienda al joven rico (Mt 19, 18) que cumpla los mandamientos. Es que los diez mandamientos constituyen las reglas primordiales de toda vida social (Veritatis splendor, 97). Pero, además utiliza los conocimientos aportados por las ciencias humanas, que le permiten  tener actualizado un diagnóstico preciso de la realidad. Participa en la  elaboración de la doctrina social  toda la comunidad eclesial: sacerdotes-religiosos-laicos; siendo expuesta por quienes tienen la autoridad para enseñar, conferida por Cristo: el Papa y los Obispos en comunion con él.

Pio XII  explicó que la DSI: a) es obligatoria para todo católico, y b)  está fijada definitivamente, de manera unívoca, en sus principios fundamentales, pero es sufivientemente  amplia para adaptarse y aplicarse a las  situaciones cambiantes de la realidad (Alocución, 29-4-1945).

Ninguna encíclica aislada, puede pretender ser indiscutiva, pero,cuando hay continuidad en varios documentos  y en sucesivos papas, no puede dudarse de la autenticidad de la doctrina (LG, 25).

Conviene tener en cuenta algunas reglas para la correcta interpretación de los documentos[2]: 

a) utilizar el texto oficial, que se publica en el Osservatore Romano. Un ejemplo típico de deformación del texto, ocurrió con la encíclica Mater et Magistra, de Juan XXIII; el concepto de socialización -entendido como incremento de las relaciones sociales- fue traducido en algunas ediciones por socialismo.

 b) comparar textos sobre el mismo tema - por ejemplo la. propiedad-, en distintos documentos, para verificar la continuidad de la doctrina. 

c) distinguir lo doctrinal de lo prudencial, que sólo puede aplicarse a una situación o país determinado. 

La doctrina social realiza una  tarea de anuncio y de denuncia. Anuncio de lo que la Iglesia posee como propio: una vision global del hombre y de la humanidad. Denuncia de los pecados de injusticia y de violencia que se cometen en la sociedad.

Abarca: 

1) Una síntesis teorica sobre todos los temas de la  vida social.

 2) Posee un alcance práctico, ya que la teoría es elaborada para ser aplicada. Una teoría para la acción de los católicos. 

3) Como ya dijimos, es obligatoria para los católicos, pero está abierta  a los hombres de buena voluntad, frase que se coloca en la portada de las encíclicas, desde 1963, con la encíclica Pacem in terris, de Juan XXIII.

Su contenido, incluye:

 -Principios de reflexion, sobre valores permanentes. 

-Criterios de juicio, para evaluar las situaciones, las estructuras y los sistemas, vigentes en la sociedad. 

-Directrices para la  accion, puesto que los medios deben ser coherentes con los fines.

La Iglesia  no tiene soluciones  técnicas para  ofrecer,  pero es experta en humanidad. Los Principios de la Doctrina Social de la Iglesia.  Estos principios brotan del encuentro del mensaje evangélico con los problemas de la vida en sociedad. La Iglesia, en el curso de la historia, ha podido dar a tales principios una fundamentación y configuración cada vez más exactas.

La DSI se caracteriza por la continuidad y por la renovación. La continuidad de una enseñanza que se fundamenta en los valores universales que derivan de la Revelación y de la naturaleza humana. La doctrina social recorre la historia sin sufrir sus condicionamientos, ni correr el riesgo de la disolución. Pero, la firmeza en los principios no la convierte en un sistema rígido de enseñanza, sino sometida a las necesarias y oportunas adaptaciones sugeridas por la variación de las condiciones históricas. 

El Compendio incluye una sección denominada “apuntes históricos”, para recordar algunas de las principales encíclicas, desde la Rerum novarum, de León XIII, de 1891, que comienza un desarrollo orgánico de la enseñanza en el campo social. La Iglesia ha considerado tan importante dicho documento, que periódicamente se lo recuerda y actualiza.

-Al cumplirse los 40 años, Pío XI, aprueba la Quadragesimo Anno (1931).

-A los 50 años, Pío XII, produce el Radiomensaje La Solemnità (1941).-

A los 70 años, Juan XXIII, promulga la Mater et Magistra (1961).

-A los 80 años, Pablo VI, alumbra la Octogesima adveniens (1971).

-A los 90 años, Juan Pablo II, dedica al trabajo humano la Laborem Exercens (1981).

-Finalmente, a los 100 años, el mismo Papa, aprueba la última encíclica social, la Centesimus annus (1991). En la introducción a éste documento, señala su deseo de mostrar “como la rica savia, que sube desde aquella raíz no se ha agotado con el paso de los años, sino que por el contrario, se ha hecho más fecunda”.

Analiza a continuación el Compendio, cada uno de los principios. 

1.  DIGNIDAD DE LA PERSONA HUMANA

El hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios, lo que fundamenta la dignidad de la persona humana, y el significado del actuar humano en el mundo, que está ligado al descubrimiento y al respeto de las leyes de la naturaleza que Dios ha impreso en el universo. La persona es un ser dotado de cuerpo y alma, con facultades únicas entre los seres corpóreos: inteligencia, libertad y voluntad. En la dimensión interior del hombre radica, en definitiva, el compromiso por la justicia y la solidaridad, para la edificación de una vida social, económica y política conforme al designio de Dios.El hombre es un ser social por naturaleza, que necesita la relación con otros, lo que da origen a un  pluralismo social. Existen  grupos necesarios: la familia, el Estado, la Iglesia. Y otros formados por libre iniciativa: empresas, sindicatos, asociaciones de todo tipo, que contribuyen a una vida más plena. 

2.  BIEN COMUN

Es el conjunto de condiciones sociales que hacen posible a cada hombre  y a cada grupo, el logro de la propia perfeccion. No es la suma de los bienes particulares, constituye un nuevo valor. El bien común es la misión del Estado y  base de la legitimidad política. Por eso, según Sto. Tomás, el bien común debe cumplir tres condiciones: 1) Que asegure la  paz en la comunidad. La paz, como definió San Agustín, es la  tranquilidad en el orden, sin injusticias ni desigualdades irritantes. 2) Que permita una convivencia virtuosa; pues la ciudad existe para vivir bien (Aristóteles). 3) Que todos los miembros de la comunidad tengan bienes materiales  y espirituales, en el más alto grado que permita la realidad. 

3. DESTINO UNIVERSAL DE LOS BIENES

Dios dió la tierra al género humano,  sin excluir a nadie ni privilegiar a ninguno, puestodo hombre necesita bienes materiales. De la apropiación por medio del  trabajo, nace la propiedad privada, que es un derecho natural secundario, pues está subordininado al derecho natural primario que es el destino  universal de los bienes. De modo que nunca puede admitirse  la  propiedad como un derecho absoluto; por el contrario, como afirmó Juan Pablo II: sobre toda propiedad privada grava una hipoteca social . La doctrina exige un recto uso de los bienes, lo que fundamenta el sentido auténtico de la bienabenturanza  de los pobres: el desapego de los bienes y la obligación moral de  ayudar a los necesitados. 

4.  SUBSIDIARIEDAD

Es imposible la dignidad  personal o de los grupos, si todo queda sujeto a la decision de una instancia única, por ejemplo, el Estado.  Por eso, al definir este principio,  la Quadragesimo  Anno, de Pio XI,  enseñaba que no es lícito quitar a las personas ni a los grupos menores lo que pueden hacer por si mismos,  asi como absorberlos o destruirlos. Con este principio, la Iglesia se opone a todo colectivismo. Puede entenderse mejor el concepto, si lo contraponemos al sistema totalitario, que responde al enfoque que precisó Musolini para el Estado Fascista:“Todo en el Estado, todo para el Estado, nada fuera del Estado”.Una sociedad sana está integrada por un conjunto de grupos intermedios, que se denominan así, por encontrarse entre la familia  y el Estado. Esos grupos  actuan con autonomia de acuerdo a sus propias normas.

La subsidiariedad opera de dos formas:

Negativa: implica abstenerse de interferir en la vida interna de los grupos. Un ejemplo clásico de lo que debe evitarse es la Ley Le Chapelier, promulgada durante la Revolución Francesa, que prohibió la existencia de cualquier asociación que pretendiera representar a un grupo de ciudadanos.

Positiva: es la ayuda brindada desde el Estado, para auxiliar a determinadas personas -jubilados, indigentes- y a determinados sectores o grupos sociales -desgravaciones impositivas, tarifas de fomento. 

5.  PARTICIPACION

El hombre, sólo o asociado con otros, contribuye a la vida cultura, económica, pólitica, de la sociedad en que vive.  La participación comunitaria es una aspiración legítima y una exigencia necesaria para el logro del bien común.En el plano político, la Centesimus Annus afirma que la  Iglesia aprecia el sistema  de la democracia, en cuanto los ciudadanos participan en la elección de los gobernantes, en su control y su sustitución por  vías pacíficas. Es claro que, para la Iglesia, la democracia se entiende como régimen político o forma de Estado opuesta al totalitarismo, y por lo tanto es compatible con cualquier forma de gobierno. Apunta más al tipo de relaciones entre los gobernantes y los ciudadanos, que a una forma determinada de organización jurídica. 

6.  SOLIDARIDAD

La solidaridad confiere particular relieve a la intrínseca sociabilidad de las personas, a la igualdad de todos en dignidad y derechos, al camino común de los hombres y de los pueblos hacia una unidad cada vez más convencida. El proceso de aceleración de la interdependencia entre las personas y los pueblos debe estar acompañado por un crecimiento en el plano ético-social igualmente intenso, para así evitar las nefastas consecuencias de una situación de injusticia de dimensiones planetarias, con repercusiones negativas incluso en los mismos países actualmente más favorecidos.

La fuente de este principio es el vínculo filial entre todos los hombres, que tenemos el mismo Padre. Es, a la vez:

-principio social, ordenador de la  convivencia en paz, que favorece la concordia.

-virtud moral: consistente en la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común, lo que hace a todos responsables  de todos.

Evitando el individualismo  y el sectarismo,  implica el reconocimiento de la deuda que tenemos con la sociedad: cultura, bienes colectivos, que facilitan la existencia humana. En el mensaje de Cristo encontramos un nexo de solidaridad y caridad, que nos enseña a mar al prójimo, hasta el extremo de  dar la vida por los hermanos. 

DOCTRINA SOCIAL Y ACCIÓN ECLESIAL 

“Es absolutamente indispensable -sobre todo para los fieles laicos comprometidos de diversos modos en el campo social y político- un conocimiento más exacto de la doctrina social de la Iglesia” (Christifideles laici, 60). Este patrimonio doctrinal no se enseña ni se conoce adecuadamente: esta es una de las razones por las que no se traduce pertinentemente en un comportamiento concreto. Es importante, sobre todo en el contexto de la catequesis, que la enseñanza de la doctrina social se oriente a motivar la acción para evangelizar y humanizar las realidades temporales. La doctrina social ha de estar a la base de una intensa y constante obra de formación, sobre todo de aquella dirigida a los cristianos laicos. Esta formación debe tener en cuenta su compromiso en la vida civil; “A los seglares les corresponde, con su libre iniciativa y sin esperar pasivamente consignas y directrices, penetrar de espíritu cristiano la mentalidad y las costumbres, las leyes y las estructuras de la comunidad en que viven” (Populorum progresio, 81). 

El primer nivel de la obra formativa dirigida a los cristianos laicos debe capacitarlos para encauzar eficazmente las tareas cotidianas en los ámbitos culturales, sociales, económicos y políticos, desarrollando en ellos el sentido del deber practicado al servicio del bien común.

El segundo nivel se refiere a la formación de la conciencia política para preparar a los cristianos laicos al ejercicio del poder político: “Quienes son o pueden llegar a ser capaces de ejercer ese arte tan difícil y tan noble que es la política, prepárense para ella y procuren ejercitarla con olvido del propio interés y de toda ganancia venal” (Gaudium et spes, 75).

Con especial referencia a la realidad local, el Obispo tiene la responsabilidad de promover la enseñanza y difusión de la doctrina social, a la que provee mediante instituciones apropiadas. Con la programación de oportunos itinerarios formativos, el presbítero debe dar a conocer la doctrina social y promover en los miembros de su comunidad la conciencia del derecho y el deber de ser sujetos activos de esta doctrina. Un ámbito especial de discernimiento para los fieles laicos concierne a la elección de los instrumentos políticos, o la adhesión a un partido y a las demás expresiones de la participación política. Es necesario efectuar una opción coherente con los valores, teniendo en cuenta las circunstancias reales.El cristiano no puede encontrar un partido político que responda plenamente a las exigencias éticas que nacen de la fe y de la pertenencia a la Iglesia: su adhesión a una formación política no será nunca ideológica, sino siempre crítica, a fin de que el partido y su proyecto político resulten estimulados a realizar formas cada vez más atentas a lograr el bien común, incluido el fin espiritual del hombre. 

 Conclusiones 

1) El Compendio constituye un aporte a los fieles, comparable al Catecismo, y está estructurado en una forma similar, con un Índice Analítico de 158 páginas, que facilita la búsqueda de los temas. 

2) Se aclara que: “Las aportaciones múltiples y multiformes -que son también expresión del sentido sobrenatural de la fe de todo el pueblo- son asumidas, interpretadas y unificadas por el Magisterio, que promulga la enseñanza social como doctrina de la Iglesia” (79). No han faltado, hasta ahora, fieles -laicos y religiosos- que estimaban que no existía una doctrina social, sino que cada Pontífice expresaba en los documentos su propia opinión. Si bien era una tesis sin fundamento, a partir del Compendio queda ratificada la validez y obligatoriedad de la Doctrina Social de la Iglesia. “Es Magisterio auténtico, que exige la aceptación y adhesión de los fieles” (80). 3) “El peso doctrinal de las diversas enseñanzas y el asenso que requieren depende de su naturaleza, de su grado de independencia respecto a elementos contingentes y variables, y de la frecuencia con la cual son invocadas” (80).

Esta regla interpretativa nos lleva a considerar necesario distinguir en cada artículo del Compendio:  

a) Frases que están avaladas por un documento pontificio, citado a pié de página.

 b) Frases que comentan o amplían una referencia doctrinaria, del tipo anterior, o son colocadas como epígrafe, al comenzar un artículo.

Estimamos que las frases del segundo tipo (“b”) pueden suscitar dudas y hasta objeciones lícitas, si tienen una sintáxis confusa o contienen un concepto contradictorio con la doctrina tradicional. 

4) Nos permitimos señalar un ejemplo concreto: el epígrafe al artículo 395: “El sujeto de la autoridad política es el pueblo, considerado en su totalidad, como titular de la soberanía”. Esta frase no está avalada por ninguna referencia, y contradice explícitamente varios textos pontificios: 

-León XIII, Inmortale Dei, 2: ”Autoridad que, como la misma sociedad, surge y deriva de la Naturaleza, y, por tanto, del mismo Dios, que es su autor. De donde se sigue que el poder público, en sí mismo considerado, no proviene sino de Dios. Sólo Dios es el verdadero y supremo Señor de las cosas. Todo lo existente ha de someterse y obedecer necesariamente a Dios. Hasta tal punto, que todos los que tienen el derecho de mandar, de ningún otro reciben este derecho si no es de Dios, Príncipe supremo de todos. No hay autoridad sino por Dios (Rom, 13,1)”  

-León XIII, Diuturnum illud,: “Muchos de nuestros contemporáneos, siguiendo las huellas de aquellos que en el siglo pasado se dieron a sí mismos el nombre de filósofos, afirman que todo poder viene del pueblo. Por lo cual, los que ejercen el poder no lo ejercen como cosa propia, sino como mandato o delegación del pueblo y de tal manera que tiene rango de ley la afirmación de que la misma voluntad popular que entregó el poder puede revocarlo a su antojo. Muy diferente es en este punto la doctrina católica, que pone en Dios, como en principio natural y necesario, el origen del poder político”. (3) 

“Es importante advertir en este punto que los que han de gobernar los Estados pueden ser elegidos, en determinadas circunstancias, por la voluntad y juicio de la multitud, sin que la doctrina católica se oponga o contradiga esta elección. Con esta elección se designa el gobernante, pero no se confieren los derechos del poder. Ni se entrega el poder como un mandato, sino que se establece la persona que lo ha de ejercer” (4). 

De aquella herejía [Reforma] nacieron en el siglo pasado una filosofía falsa, el llamado derecho nuevo, la soberanía popular y una descontrolada licencia, que muchos consideran como la única libertad” (17). 

-San Pío X alertó en Notre Charge apostolique, que la Iglesia: Ha condenado una democracia que llega al grado de perversidad que consiste en atribuir en la sociedad la soberanía al pueblo” (9). 

5) Llama la atención que el Compendio no haya incluido un capítulo para analizar la doctrina sobre la educación.

 6) Asimismo, en el Índice Analítico no se han incluido temas importantes, como: liberalismo, marxismo, socialismo, comunismo, secularismo y teología de la liberación. En la Agenda Social, que fue una primera versión del Compendio, publicada en 2002, figuraron en el Índice Temático: socialismo, marxismo y comunismo. Da la impresión que se ha preferido hablar de individualismo, en lugar de liberalismo, y de colectivismo, en lugar de marxismo, socialismo o comunismo. Esto deja un vacío conceptual y puede confundir a quienes lean el Compendio sin preparación previa.

Por eso, es importante recordar el peligro de las ideologías, y afirmar como lo hizo Pablo VI, en la Octogesima adveniens: “El cristiano que quiere vivir su fe en una acción política concebida como servicio, no puede adherirse, sin contradecirse a sí mismo, a sistemas ideológicos que se oponen, radicalmente o en puntos sustanciales, a su fe y a su concepción del hombre. No es lícito, por tanto, favorecer a la ideología marxista....Tampoco apoya el cristiano la ideología liberal...” (26).

“¿Es necesario subrayar las posibles ambigüedades de toda ideología social? (27).   

Córdoba, Mayo de 2005.-     



[1]  Pontificio Consejo “Justicia y Paz”. “Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia”; Buenos Aires, Conferencia Episcopal Argentina, 2005, 570 pgs.

[2]  Sacheri, Carlos. “La Iglesia y lo social”; Bahía Blanca, La Nueva Provincia, 1972, pgs. 11/14.

Tomismo

TOMISMO Y DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA 

Cómo interpretar los documentos sociales del Magisterio Pontificio 

“Interpretar los textos del Magisterio Social, tanto los del pasado como los recientes, implica para el católico mucha lealtad hacia el Papa y sus Pastores y mucha fidelidad a los contenidos esenciales. No podemos ni debemos seleccionar los contenidos de los textos de acuerdo a nuestros gustos y afectos. El amor a la Iglesia nos debe inducir a valorar y a apreciar los contenidos de los documentos del Magisterio”[1].

 “El contenido de los documentos suele incluir referencias a los Papas anteriores y a las obras de los Padres de la Iglesia y los Doctores. Tales referencias no son recursos de falsa erudición, sino orientaciones concretas que el Papa da para garantizar la recta comprensión de la doctrina que enuncia. Por eso los fieles tienen que recurrir a las enseñanzas de la tradición teológica y filosófica del Cristianismo a lo largo de los siglos. Al respecto cabe señalar el lugar eminente que tiene en la Iglesia la doctrina de Santo Tomás de Aquino, único Doctor Universal, pues en sus obras hallamos el más firme fundamento filosófico y teológico de toda buena formación religiosa.”[2] 

 “Santo Tomás fue fundamental para la constitución de la moral como Teología Moral”. (...) Santo Tomás, en la Suma Teológica introduce dos elementos innovadores.

Primero, trata la moral de manera comprehensiva y unitaria en la 2da. parte, dividiendo su exposición en una primera parte dedicada a los actos humanos y los principios de los actos, y una segunda parte dedicada a las virtudes, las teologales (fe, esperanza y caridad) y las cardinales (prudencia, justicia, fortaleza, templanza). Antes de él la moral -aunque teológica- se encontraba dispersa en varias partes del Manual de Pedro Lombardo. Ahora forma parte integrante de la Teología, y con su racionalidad propia.

El segundo elemento innovador es que utiliza las categorías de la sicología de Aristóteles, tomadas de la Ética a Nicómaco y de otras obras, junto a los datos del Nuevo y A. Testamento y los comentarios de los Padres.Además Santo Tomás fue muy importante para el desarrollo de la Moral Social. Antes de él era poco el espacio dedicado al tema.”[3]  

Tomismo y catolicismo 

“No sería honesto callar un hecho que para algunos resulta molesto, aunque para otros altamente significativo: la Iglesia Católica ha hecho del tomismo su propio medio de expresión doctrinal. (...) la fe, aunque de por sí trascienda a la inteligencia humana, debe formularse en términos inteligibles.” “Hay muchas escuelas filosóficas que cumplen esta condición. De hecho, hay varias que han sido utilizadas en la elaboración teológica. La autoridad eclesiástica nunca ha rechazado esta diversidad de enfoques; sin embargo, reiteradamente ha declarado, y de la manera más solemne, su preferencia por el tomismo. Más aún, lo ha hecho el vehículo habitual de su pensamiento teológico.Esta actitud eclesial basta para que el católico (y también el no católico que reconozca la secular prudencia de la Iglesia católico-romana) vea en el tomismo una escuela respetable y segura y que acuda a ella para aprender a filosofar, sin creer por ello se lesione su libertad intelectual.”[4] 

Documentos Pontificios sobre el tomismo 

·      Clemente VI, “Bulla in Ordine”

·      Nicolás V, “Breve ad FF. ad. Preaedit.”, 1451

·      Benedicto XIII, “Bulla Pretiosus”

·      San Pío V, “Bulla Mirabilis”

·      Clemente XII, “Bulla Verbo Dei”

·      Urbano V, Const. 5º, 3-8-1368: “Queremos, y por las presentes os mandamos, que adoptéis la doctrina del bienaventurado Tomás, como verídica y católica, y procuréis ampliarla con todas vuestras fuerzas”.

·      Inocencio XII, Litt. in form. Brer., 6-2-1694.

·      Benedicto XIV, Litt. in form. Brer., 21-8-1752.

·      Benedicto XIV, Const. Apostólica “Sollicita ac provida”, 10-7-1753

·      Inocencio VI, Serm. de S. Tom.: “La doctrina de éste tiene sobre las demás, exceptuada la canónica, propiedad en las palabras, orden en las materias, verdad en las sentencias, de tal suerte, que nunca a aquellos que la siguieren se les verá apartarse del camino de la verdad, y siempre será sospechoso de error el que la impugnare.” 

·      León XIII, Epístola Encíclica “Aterni Patris”, 4-8-1879): “Ahora bien: entre los Doctores escolásticos brilla grandemente Santo Tomás de Aquino, Príncipe y Maestro de todos, el cual, como advierte Cayetano, por haber venerado en gran manera los antiguos Doctores sagrados, obtuvo de algún modo la inteligencia de todos. Sus doctrinas, como miembros dispersos de un cuerpo, reunió y congregó en uno Tomás, dispuso con orden admirable, y de tal modo las aumentó con nuevos principios, que con razón y justicia es tenido por singular apoyo de la Iglesia católica; de dócil y penetrante ingenio, de memoria fácil y tenaz, de vida  integérrima, amador únicamente de la verdad, riquísimo en la ciencia divina y humana, comparado al sol, animó al mundo con el calor de sus virtudes, y le iluminó con esplendor."

“Además, distinguiendo muy bien la razón de la fe, como es justo, y asociándolas, sin embargo amigablemente, conservó los derechos de una y otra, proveyó a su dignidad de tal suerte, que la razón elevada a la mayor altura en alas de Tomás, ya casi no puede levantarse a regiones más sublimes, ni la fe puede esperar de la razón más y más poderosos auxilios que los que hasta aquí ha conseguido por Tomás.” 

·      Pío XII, Discurso 12-8-1950: “La recomendación de la doctrina de Santo Tomás no suprime, sino que excita más bien y dirige la emulación en la investigación y divulgación de la verdad.” 

·      Concilio Vaticano II, Decreto “Optatam totius”:  “...para ilustrar de la forma más completa posible los misterios de la salvación, aprendan los alumnos a profundizar en ellos y a descubrir su conexión, por medio de la especulación, bajo el magisterio de Santo Tomás...” (16). 

·      Concilio Vaticano II, Declaración “Gravissimum educationis”:  “...teniendo en cuenta con esmero las investigaciones más recientes del progreso contemporáneo, se perciba con profundidad mayor cómo la fe y la razón tienden a la misma verdad, siguiendo las huellas de los doctores de la Iglesia, sobre todo de Santo Tomás de Aquino”(10).  

·      Pablo VI, “Lumen Ecclesiae”: “Pero sin duda, Santo Tomás, por disposición de la divina Providencia, alcanzó el ápice de toda la teología y filosofía escolástica como suele llamársela, y fijó en la Iglesia el quicio central en torno al cual, entonces y después, se ha podido desarrollar el pensamiento cristiano con progreso seguro” (13). 

·      Juan Pablo II, Discurso en el IX Congreso Tomista Internacional, 29-9-1990: “Hay, pues, que desear y favorecer de todas las formas posibles el estudio constante y profundo de la doctrina filosófica, teológica, ética y política que Santo Tomás ha dejado en herencia a las escuelas católicas y que la Iglesia no ha dudado en hacer suya, especialmente en lo que se refiere a la naturaleza, capacidad, perfectibilidad, vocación y responsabilidad del hombre en la esfera personal y en la social, como se ve también en las directrices del Concilio Vaticano II” (5).

. Referencias a Santo Tomás en las Encíclicas Sociales 

En casi todas los documentos sociales del Magisterio Pontificio, se cita expresamente a Santo Tomás; desde la Rerum Novarum, donde se lo cita siete (7) veces -párrafos 10, 16, 24, 25, 35, 35, 35- hasta el reciente Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, donde se registran veinte y seis (26) citas, como se detalla en el Índice de las Referencias (página 399). 

Conclusión 

“Las encíclicas sociales son tomistas no solamente porque con frecuencia recurren al tomismo y se basan sobre el pensamiento tomista, sino también porque acogen y hacen suya la moderna doctrina social de la Iglesia, elaborada por los tomistas de la primera mitad del siglo XIX, especialmente por Liberatore, Lacordaire y Ketteler. En los siglos XIX y XX, frente a los errores metafísicos y teológicos y sus consecuencias en las doctrinas sociales, económicas y políticas, las encíclicas sociales defienden por una parte las tradicionales posiciones del pensamiento cristiano, es decir, del pensamiento tomista y, por otra, a base de esta philosophia perennis, formulan las nuevas exigencias éticas.”

“De esta manera, también en las encíclicas sociales la Iglesia hace suya la doctrina de Santo Tomás y si es así, la presencia del tomismo en la oficial doctrina social de la Iglesia exige un método definido respecto a las interpretaciones de las distintas expresiones y frases de los textos de las encíclicas sociales, a saber, el método del contexto, según el cual, en el caso de algunas dudas, todas las expresiones discutibles deberían ser interpretadas dentro del contexto no solamente inmediato, de la misma encíclica, sino también dentro del contexto general; pues bien, este contexto general es el tomismo”.[5] 

Córdoba, agosto 17 de 2005.-



[1]  CELAM-Consejo Episcopal Latinoamericano. “Manual de Doctrina Social de la Iglesia”; Santafé de Bogotá, 1997, pg. 41.

[2]  Sacheri, Carlos. “El orden natural”; Buenos Aires, Ediciones del Cruzamante, 1970, pgs. 18/19.

[3]  CELAM, op. cit., pgs. 185/186.

[4]  Ponferrada, Gustavo Eloy. “Introducción al tomismo”; Buenos Aires, Eudeba, 1970, pgs.  7/8.

[5]  Poradowski, Miguel. “El tomismo en las encíclicas sociales”; en: Filosofar Cristiano, Nº 13-14, 1983, Córdoba, Asociación Católica Interamericana de Filosofía, pgs. 280/281.

Documento

DOCUMENTO SOBRE CIERTOS ASPECTOS DE LA DOCTRINA SOBRE LA IGLESIA  

CIUDAD DEL VATICANO, 10 JUL 2007 (VIS).-

Hoy se hizo público el documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe "Respuestas a algunas preguntas acerca de ciertos aspectos de la doctrina sobre la Iglesia". Está fechado el 29 de junio, solemnidad de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo y lleva la firma del cardenal William Joseph Levada y del arzobispo Angelo Amato, S.D.B., respectivamente prefecto y secretario del dicasterio.  

Introducción 

El Concilio Vaticano II, con la Constitución dogmática "Lumen gentium" y con los Decretos sobre el Ecumenismo ("Unitatis redintegratio") y sobre las Iglesias orientales ("Orientalium Ecclesiarum"), ha contribuido de manera determinante a una comprensión más profunda de la eclesiología católica. También los Sumos Pontífices han profundizado en este campo y han dado orientaciones prácticas: Pablo VI en la Carta Encíclica "Ecclesiam suam" (1964) y Juan Pablo II en la Carta Encíclica "Ut unum sint" (1995). El sucesivo empeño de los teólogos, orientado a ilustrar mejor los diferentes aspectos de la eclesiología, ha dado lugar al florecimiento de una amplia literatura sobre la materia. La temática, en efecto, se ha mostrado muy fecunda, pero también ha necesitado a veces de puntualizaciones y llamadas de atención, como la Declaración "Mysterium Ecclesiæ" (1973), la Carta "Communionis notio" (1992) y la Declaración "Dominus Iesus" (2000), publicadas todas por la Congregación para la Doctrina de la Fe. La vastedad del argumento y la novedad de muchos temas siguen provocando la reflexión teológica, la cual ofrece nuevas contribuciones no siempre exentas de interpretaciones erradas, que suscitan perplejidades y dudas, algunas de las cuales han sido sometidas a la atención de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Ésta, presuponiendo la enseñanza global de la doctrina católica sobre la Iglesia, quiere responder precisando el significado auténtico de algunas expresiones eclesiológicas magisteriales que corren el peligro de ser tergiversadas en la discusión teológica.  

RESPUESTAS  A LAS PREGUNTAS

Primera pregunta:

¿El Concilio Ecuménico Vaticano II ha cambiado la precedente doctrina sobre la Iglesia?

Respuesta: El Concilio Ecuménico Vaticano II ni ha querido cambiar la doctrina sobre la Iglesia ni de hecho la ha cambiado, sino que la ha desarrollado, profundizado y expuesto más ampliamente.Esto fue precisamente lo que afirmó con extrema claridad Juan XXIII al comienzo del Concilio. Pablo VI lo reafirmo, expresándose con estas palabras en el acto de promulgación de la Constitución "Lumen gentium": "Creemos que el mejor comentario que puede hacerse es decir que esta promulgación verdaderamente no cambia en nada la doctrina tradicional. Lo que Cristo quiere, lo queremos nosotros también. Lo que había, permanece. Lo que la Iglesia ha enseñado a lo largo de los siglos, nosotros lo seguiremos enseñando. Solamente ahora se ha expresado lo que simplemente se vivía; se ha esclarecido lo que estaba incierto; ahora consigue una serena formulación lo que se meditaba, discutía y en parte era controvertido". Los Obispos repetidamente manifestaron y quisieron actuar esta intención. 

Segunda pregunta: ¿Cómo se debe entender la afirmación según la cual Iglesia de Cristo subsiste en la Iglesia católica?

Respuesta: Cristo "ha constituido en la tierra" una sola Iglesia y la ha instituido desde su origen como "comunidad visible y espiritual". Ella continuará existiendo en el curso de la historia y solamente en ella han permanecido y permanecerán todos los elementos instituidos por Cristo mismo. "Esta es la única Iglesia de Cristo, que en el Símbolo confesamos una, santa, católica y apostólica (...). Esta Iglesia, constituida y ordenada en este mundo como una sociedad, subsiste en la Iglesia católica, gobernada por el sucesor de Pedro y por los Obispos en comunión con él".   En la Constitución dogmática "Lumen gentium" 8 la subsistencia es esta perenne continuidad histórica y la permanencia de todos los elementos instituidos por Cristo en la Iglesia católica, en la cual, concretamente, se encuentra la Iglesia de Cristo en esta tierra.Aunque se puede afirmar rectamente, según la doctrina católica, que la Iglesia de Cristo está presente y operante en las Iglesias y en las Comunidades eclesiales que aún no están en plena comunión con la Iglesia católica, gracias a los elementos de santificación y verdad presentes en ellas, el término "subsiste" es atribuido exclusivamente a la Iglesia católica, ya que se refiere precisamente a la nota de la unidad profesada en los símbolos de la fe (Creo en la Iglesia "una"); y esta Iglesia "una" subsiste en la Iglesia católica.  

Tercera pregunta: ¿Por qué se usa la expresión "subsiste en ella" y no sencillamente la forma verbal "es"?

Respuesta: El uso de esta expresión, que indica la plena identidad entre la Iglesia de Cristo y la Iglesia católica, no cambia la doctrina sobre la Iglesia. La verdadera razón por la cual ha sido usada es que expresa más claramente el hecho de que fuera de la Iglesia se encuentran "muchos elementos de santificación y de verdad que, como dones propios de la Iglesia de Cristo, inducen hacia la unidad católica"."Por consiguiente, aunque creamos que las Iglesias y comunidades separadas tienen sus defectos, no están desprovistas de sentido y de valor en el misterio de la salvación, porque el Espíritu de Cristo no ha rehusado servirse de ellas como medios de salvación, cuya virtud deriva de la misma plenitud de la gracia y de la verdad que se confió a la Iglesia".  

Cuarta pregunta: ¿Por qué el Concilio Ecuménico Vaticano II atribuye el nombre de "iglesias" a las Iglesias Orientales separadas de la plena comunión con la Iglesia católica?

Respuesta: El Concilio ha querido aceptar el uso tradicional del término. "Puesto que estas Iglesias, aunque separadas, tienen verdaderos sacramentos y, sobre todo, en virtud de la sucesión apostólica, el sacerdocio y la Eucaristía, por los que se unen a nosotros con vínculos estrechísi­mos", merecen el título de "Iglesias particulares o locales", y son llamadas Iglesias hermanas de las Iglesias particulares católicas."Consiguientemente, por la celebración de la Eucaristía del Señor en cada una de estas Iglesias, se edifica y crece la Iglesia de Dios". Sin embargo, dado que la comunión con la Iglesia universal, cuya cabeza visible es el Obispo de Roma y Sucesor de Pedro, no es un simple complemento externo de la Iglesia particular, sino uno de sus principios constitutivos internos, aquellas venerables Comunidades cristianas sufren en realidad una carencia objetiva en su misma condición de Iglesia particular.Por otra parte, la universalidad propia de la Iglesia, gobernada por el Sucesor de Pedro y por los Obispos en comunión con él, halla precisamente en la división entre los cristianos un obstáculo para su plena realización en la historia.  

Quinta pregunta: ¿Por qué los textos del Concilio y el Magisterio sucesivo no atribuyen el título de "Iglesia" a las Comunidades cristianas nacidas de la Reforma del siglo XVI?

Respuesta: Porque, según la doctrina católica, estas Comunidades no tienen la sucesión apostólica mediante el sacramento del Orden y, por tanto, están privadas de un elemento constitutivo esencial de la Iglesia. Estas Comunidades eclesiales que, especialmente a causa de la falta del sacerdocio sacramental, no han conservado la auténtica e íntegra sustancia del Misterio eucarístico, según la doctrina católica, no pueden ser llamadas "Iglesias" en sentido propio.El Sumo Pontífice Benedicto XVI, en la audiencia concedida al Cardenal Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, ha aprobado y confirmado estas Respuestas, decididas en la Sesión Ordinaria de esta Congregación, y ha ordenado que sean publicadas.Las respuestas se acompañan de un comentario que explica que "las diversas cuestiones a las que la Congregación para la Doctrina de la Fe quiere contestar con el presente "Responsa" se encuadran en la visión general de la Iglesia tal como emerge de los documentos de carácter dogmático y ecuménico del Concilio Vaticano II: el Concilio de "la Iglesia sobre la Iglesia".    

"Retomando sustancialmente la enseñanza conciliar y el Magisterio post-conciliar -prosigue el texto- el nuevo documento, promulgado por la Congregación para la Doctrina de la Fe, constituye un recuerdo claro de la doctrina católica sobre la Iglesia. Además de descartar visiones inaceptables, todavía difusas en el mismo ámbito católico, también ofrece indicaciones importantes para la continuación del diálogo ecuménico. Dicho diálogo es una de las prioridades de la Iglesia Católica. (...) Pero para que el diálogo pueda ser verdaderamente constructivo, además de la apertura a los interlocutores, es necesaria la fidelidad a la identidad de la fe católica". "El ecumenismo católico puede presentarse a primera vista paradójico -advierte el documento-. Con la expresión "subsistit in", el Concilio Vaticano II quiso armonizar dos afirmaciones doctrinales: por un lado, que la Iglesia de Cristo, a pesar de las divisiones entre los cristianos, sigue existiendo plenamente sólo en la Iglesia católica, y por el otro, la existencia de numerosos elementos de santificación y verdad fuera de su entramado, o sea, en las Iglesias y comunidades eclesiales que todavía no están en plena comunión con la Iglesia católica". "Aunque la Iglesia católica tenga la plenitud de los medios de salvación, "sin embargo, las divisiones de los cristianos impiden que la Iglesia lleve a efecto su propia plenitud de catolicidad en aquellos hijos que, estando verdaderamente incorporados  a ella por el bautismo, están sin embargo separados de su plena comunión". Se trata, pues, de la plenitud de la Iglesia católica, que es ya actual, pero que tiene que crecer en los hermanos que no están en plena comunión con ella y en sus propios hijos, que son pecadores".  

 V.I.S. - Vatican Information Service [Acción 114]